Abril y mayo han estado marcados por varios giros (aparentemente) sorprendentes en la política americana respecto a los rusos. En rápida sucesión hemos visto como se ha producido una desescalada de la tensión en Donbás (Ucrania), el secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony Blinken, se ha reunido con el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov en Reikiavik (Islandia), la Administración de Biden renuncia a las sanciones contra la entidad corporativa que gestiona la construcción del gasoducto Nord Stream 2, el secretario de prensa del Pentágono anuncia que su institución no considera a Rusia como un «enemigo» en un cambio radical de su política anterior y, para terminar, los americanos solicitan una cumbre Putin-Biden que se celebrará mañana en Ginebra (Suiza).
Los medios occidentales se hacen eco de las expectativas puestas por la Administración americana en esta reunión. Biden adelanta (sin descubrir su juego) que «deberíamos decidir dónde está en nuestro interés mutuo y el interés del mundo para cooperar en ello, y ver si podemos lograrlo», y continua, «y en las áreas en las que no estamos de acuerdo, aclarar cuáles son las líneas rojas».
No está mal como forraje para el consumo público occidental, pero incluso si las expectativas se cumpliesen, eso no sería necesariamente algo bueno, ya que las intenciones de los americanos no son tan inocentes como muchos pretenden retratarlas. Nunca lo son.
No obstante, dejando a un lado el cinismo, hay que admitir que el giro en la política frente a Rusia está creando consecuencias muy reales para algunos de los socios regionales de los Estados Unidos. Polonia, un país rusófobo rayando lo patológico, ha condenado enérgicamente el «cambio de política de 180 grados» de Biden hacia Moscú en una entrevista reciente con Newsweek. Por lo que parece, Estados Unidos podría retirar parte de su apoyo a la “Iniciativa de los Tres Mares” liderada por Polonia como un “gesto de buena voluntad” hacia Rusia. El presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, ha pedido «un sí o un no» claro del presidente Biden con respecto a la entrada de su país en la OTAN. La respuesta de Biden le llegó a continuación: “El hecho es que todavía tienen que limpiar la corrupción. Queda por ver«.
En realidad, no es que el «estado profundo» de los demócratas se haya transformado mágicamente en rusófilo. Lo que ocurre es que Estados Unidos parece haberse dado cuenta (finalmente) de la futilidad de intentar contener simultáneamente a dos potencias mundiales del tamaño de Rusia y China, por lo que busca aliviar presión a lo largo del flanco occidental de la gran potencia euroasiática a fin de liberar esos recursos para «contener» a China (como el percibido desafío central de Estados Unidos en este siglo) de manera más agresiva.
Sin duda, esta ironía no se le escapa a Putin y, en ese sentido, la posibilidad de que se logre algo sustancial en esa cumbre debería ser prácticamente nula. Al fin y al cabo, si China llegase a caer, Rusia iría detrás.
Como el propio Ron Paul reconoce respecto a las “inocentes” intenciones de los EE.UU.: “La política exterior de Washington es irremediablemente corrupta. Solo un cambio serio de rumbo, hacia el no intervencionismo y la no agresión, puede evitar el desastre. Se acaba el tiempo”.
Bajo el nuevo orden mundial, del capitalismo «según Klaus Schwab”, los ciudadanos aprenderán a no poseer nada y conformarse, escribe Matt Ehret.
DEFLAGRACIÓN FINANCIERA A LA VISTA: ECONOMISTAS LOBOTOMIZADOS SE PELEAN EN LA CUBIERTA DEL TITANIC
Mientras los genios que dirigen la burbuja financiera occidental, a veces llamada «economía«, continúan redoblando su obsesión por bombear un sistema financiero ya muerto con cada vez más billones en papel-estímulo, las discusiones se desatan entre economistas con el cerebro lavado que viven en la negación del colapso sistémico que se avecina. Me viene a la mente la idea de los mecánicos del Titanic discutiendo apasionadamente sobre si deberían acelerar o desacelerar la velocidad del barco cuyo casco ha sido hecho añicos hace ya tiempo por el iceberg.
En un lado del debate, figuras como la secretaria del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen, y el presidente de la FED, Jerome Powell, defienden una nueva ola emergente de altos intereses como «una ventaja desde el punto de vista de la sociedad» con el fin de contrarrestar las crecientes tasas de inflación en todos los sectores de la economía. Sin embargo, este línea afirma que este aumento en las tasas de interés no debe realizarse de inmediato, y solo comenzará en 2023. Hasta entonces las tasas de interés deben mantenerse cerca del cero por ciento.
Al otro lado del debate, los economistas del banco más grande de Alemania gritan que esperar hasta 2023 será mortal. No se debe perder ni un segundo para empezar a aumentar las tasas de interés para evitar que una «bomba de tiempo» destruya tanto a los EE. UU. como al mundo. El 7 de junio, el economista jefe de Deutsche Bank, David Folkerts-Landau, escribió apasionadamente que la decisión de Washington de esperar hasta 2023 antes de subir las tasas de interés «podría crear una recesión significativa y desencadenar una cadena de dificultades financieras en todo el mundo» que provocaría «una bomba de tiempo» esperando explotar … a menos que, ahora, las tasas de interés subieran hasta un 20% tal como lo había hecho en 1980 el entonces presidente de la FED, Paul Volcker, que vio caer las tasas de interés del 12,5% en 1980 al 3,8% en 1982.
Sin embargo, o ambas partes son unos completos ignorantes o son unos mentirosos patológicos que intentan distraer a los ciudadanos y a los políticos (responsables) de la naturaleza sistémica real del colapso que se avecina y que solo se puede abordar si se tienen en cuenta ciertos hechos fundamentales de la historia reciente.
¿Por qué la inflación se disparará?
Como consecuencia de la paralización de las economías por la pandemia, para evitar que la gente literalmente muera de hambre y los bancos colapsen, los paquetes de rescate y la impresión ilimitada de dinero se han convertido en la nueva normalidad. Se han generado, a nivel internacional, $24 billones (trillones americanos) de dólares en deudas relacionadas con COVID, mientras que los balances de la Reserva Federal de EE. UU. se han duplicado durante el mismo período hasta $ 8 billones (8 millones de millones) con las tasas crecientes de inyecciones de liquidez a los bancos Too Big to Fail desde septiembre de 2019. Hasta ahora, la inflación de los precios al consumo ha aumentado un 4,2% en 12 meses, pero en base a la realidad obvia de los $ 28.000.000.000.000 de deuda estadounidense totalmente impagable —que al mismo tiempo sostiene otra bomba de tiempo en forma de burbuja de derivados de $ 1,2 billones ($ 1.200.000.000.000)— junto con la ruptura de las cadenas de suministro y un disfuncional programa de infraestructuras verdes impulsado por Biden, debería ser suficiente para que la amenaza de inflación desbocada e incluso hiperinflación estuviese firmemente (al menos, debería estar) en la mente de todos.
Ahora bien, si Folkerts-Landau del Deutsche Bank disocia la loca impresión de dinero de cualquier tipo reestructuración sistémica de los excesivamente hinchados bancos zombies Too Big to Fail, o de un serio programa de recuperación, entonces debería ser aplaudido por suscitar el espectro de una inflación sin límites. Después de todo, Alemania tuvo una experiencia directa con este tipo de política desastrosa en 1923 cuando la hiperinflación hizo trizas la economía alemana y preparó el escenario para el ascenso del nazismo poco después. (1)
Lamentablemente, tanto Folkerts-Landau como Yellen están impulsando políticas que no solo acelerarán la hiperinflación un siglo después de Weimar, sino que marcarán el comienzo de una nueva dictadura de los banqueros centrales que solo fue subvertida en 1933 debido a la intervención fortuita del presidente estadounidense Franklin Roosevelt.
Entonces, ¿qué hizo Volcker?
Dado que a los economistas se les dice repetidamente que los aumentos de las tasas de interés de Volcker de 1979-1982 salvaron la economía de Estados Unidos, veamos lo que realmente sucedió y por qué Volcker describió su filosofía como una «desintegración controlada«.
Si bien la inflación se extendió por Estados Unidos en la década de 1970, vale la pena preguntarse: ¿por qué sucedió esto realmente? ¿Las reformas de Volcker tuvieron algo que ver con la solución de ese problema? ¿O tanto el problema como su solución nominal impulsaron una agenda singular de destrucción controlada de los Estados Unidos que ahora culmina su desarrollo, cuatro décadas después?
Por un lado, el alejamiento del desarrollo industrial a largo plazo con la flotación del dólar estadounidense en 1971 fuera del patrón de reserva de oro contribuyó en gran medida a convertir una economía productiva e impulsada por la manufactura con visión de futuro en un culto al consumo y al desperdicio postindustrial. Esta era “postindustrial” se caracterizó por industrias subcontratadas que dependían cada vez más del aumento de las tasas de importación de productos que los Estados Unidos alguna vez fabricaron por sí mismos. Una economía FIRE (Finance, Insurance and Real Estate: especulación en finanzas, seguros e inmobiliaria) se apoderó cada vez más del otrora poderoso sector manufacturero.
La producción agroindustrial fue reemplazada por empleos en el sector de servicios a medida que Estados Unidos se volvió cada vez más dependiente de las importaciones baratas desde China, México y otras naciones pobres que se esperaba siguiesen siendo talleres de mano de obra barata e intensiva por el resto de los tiempos.
Este desapego de la «valoración» del dólar de cualquiera de los estándares físicos medibles contribuyó en gran medida a acabar con el poder adquisitivo y elevar la inflación a medida que la circulación monetaria aumentaba cada vez más por la especulación con el petróleo, las divisas u otros bienes que a menudo no tenían conexión con la realidad. Las tasas de inversión en ciencia de vanguardia, tanto en el ámbito atómico de la fusión como en el ámbito macro de la exploración espacial, se cortaron drásticamente. En la misma medida, el mantenimiento y la mejora de las infraestructuras vitales generales colapsaron drásticamente en todas las naciones de la OCDE atrapadas en la «nueva normalidad postindustrial».
La I+D científica, no relacionada con el ámbito militar, también experimentó un colapso durante este período, cayendo desde el 2,5% del PIB en 1971 a un mero 0,4% del PIB en 2020.
La desregulación y la liberalización del mercado castraron el papel de los estados como naciones soberanas, cada vez más a partir de 1971, ya que las políticas de «laissez faire» dominaron sobre un panorama previamente proteccionista. En lugar de continuar con la buena práctica de la “paridad de precios”, que definió el crecimiento real de las naciones occidentales durante los 25 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los mercados, dirigidos por especuladores que solo buscaban maximizar las ganancias, comenzaron a definir los precios de los bienes.
Por último, pero no menos importante, se admite que el aumento del precio del petróleo hasta el 400% durante la crisis de la OPEP de 1973 desempeñó un papel importante en el impulso de la inflación de 1973-79, pero como demostró el investigador William Engdahl en su 1992 Century of Oil, el entonces secretario de Estado Henry Kissinger tuvo un papel más importante en la fabricación desde cero de esta crisis, al evitar que se descargaran en los EE. UU. cientos de barcos cisterna repletos de gasolina y facilitar así la subida del 400% con la ayuda de varios ministros de petróleo de alto nivel en el Medio Oriente en deuda con Kissinger. Hace pocos años, Sheikh Yamani, de Arabia Saudita, exministro de la OPEP en aquel momento corroboró la investigación de Engdahl afirmando:
“Estoy 100 por ciento seguro de que los estadounidenses estuvieron detrás del aumento del precio del petróleo. Las compañías petroleras estaban en serios problemas en ese momento, habían pedido prestado mucho dinero y necesitaban un alto precio del petróleo para salvarse”.
Poniendo la Comisión Trilateral en perspectiva
Este cambio de la economía estadounidense desde su papel anterior como economía de producción industrial a un culto al consumo, la especulación y el monetarismo, fue acompañado por un cambio internacional más amplio que estaba siendo orquestado por una camarilla de tecnócratas misantrópicos que administraban una organización conocida como la Comisión Trilateral, fundada en 1973 por el presidente de Chase Manhattan, David Rockefeller III, con un sociópata llamado Zbigniew Brzsinski como su gran estratega.
El objetivo de la Comisión Trilateral era destruir la base de fabricación soberana de los Estados Unidos y del sector del desarrollo internacional por igual.
Para cualquiera que pueda considerar paranoica esta «teorización de la conspiración», es útil recordar que entre los escalones más altos del poder ejecutivo estadounidense, bajo el presidente Carter, se encontraban miembros como Brzezinski, Walter Mondale (vicepresidente), Harold Brown (secretario de Defensa), Cyrus Vance (Secretario de Estado), Michael Blumenthal (Secretario del Tesoro), James Schlesinger (Zar de la Energía) y el propio Paul Volcker como Presidente de la FED. Henry Kissinger también fue un miembro destacado de este grupo.
Entre los muchos objetivos de la Comisión Trilateral que presentó Brzezinski en su Manifiesto de 1970 «Entre dos edades» estaba la necesidad de impulsar la transición de la sociedad hacia lo que Brzezinski llamó la «era tecnotrónica» diciendo:
“La era tecnotrónica implica la aparición paulatina de una sociedad más controlada. Una sociedad así estaría dominada por una élite, sin las restricciones de los valores tradicionales. Pronto será posible ejercer una vigilancia casi continua sobre cada ciudadano y mantener archivos completos actualizados que contengan incluso la información más personal sobre el ciudadano. Estos archivos estarán sujetos a recuperación instantánea por parte de las autoridades».
En un estudio de 1975 para la Comisión Trilateral llamado Crisis in Democracy, supervisado por Zbigniew, el ideólogo de Choque de Civilizaciones, Samuel Huntington, escribió: “Hemos llegado a reconocer que existen límites potenciales deseables para el crecimiento económico. También hay límites potencialmente deseables para la extensión indefinida de la democracia … un gobierno que carece de autoridad tendrá poca capacidad para imponer a su pueblo los sacrificios que serán necesarios”.
Entonces, ¿qué tipo de sacrificios creían necesarios estos tecnócratas de la Comisión Trilateral en una sociedad sana, liberada de su tonta creencia en el progreso científico y tecnológico, que animó la perspectiva política de “personajes” como Franklin Roosevelt, John F. Kennedy, Charles De Gaulle o Bobby Kennedy?
Aquí es donde entra Volcker.
El significado de «desintegración controlada»
En 1978, en medio de una inflación desbocada, Paul Volcker habló en una conferencia en la Universidad de Warwick en Londres y afirmó que “una desintegración controlada de la economía mundial es un objeto legítimo en la década de 1980”.
Al ascender a la presidencia de la FED un año después, no perdió tiempo en aplicar este programa. No solo hizo que el crédito disponible fuera imposible para muchas pequeñas y medianas empresas americanas al elevar las tasas de interés al 20%, Volcker también se aseguró de que las naciones del tercer mundo fueran de nuevo exprimidas por medio de una esclavitud neocolonial en forma de deuda bajo los sicarios económicos del FMI y el Banco Mundial, naciones que serías absorbidas por tasas cada vez mayores de deudas impagables como una moderna forma de esclavitud. Entre 1979-1982, la deuda del tercer mundo se disparó del 40% al 70% en todos los ámbitos, lo que provocó una monumental crisis de deuda.
Durante este período, la producción agrícola de EE. UU. colapsó. Las herramienta para máquinas de corte de metales se redujeron en un 45%, la producción de automóviles cayó en un 44,3% y la producción de acero en un 49,4%. Mientras, las quiebras se dispararon, salvándose solo las megacorporaciones lo suficientemente fuertes como para pagar las tasas draconianas al tiempo que absorbían las pequeñas empresas y granjas en quiebra, como Borg de Start Trek modernos que consumiesen tasas cada vez mayores de mano de obra y recursos baratos de las naciones pobres.
Para comprender cómo estos países siguieron siendo pobres y explotables, solo es necesario leer el Informe del Departamento de Estado Malthus/CIA escrito por Henry Kissinger en 1974 llamado NSSM-200 que pedía un programa de despoblación total dirigido a 14 naciones pobres que entonces ansiaban el crecimiento industrial. Entre los afectados se encontraban India, Bangladesh, Pakistán, Indonesia, Tailandia, Filipinas, Turquía, Nigeria, Egipto, Etiopía, México, Colombia y Brasil. La lógica de Kissinger era simple: si estas naciones se desarrollan, su población crecerá. Si sus poblaciones crecen, utilizarán sus recursos. PERO como está en los intereses estratégicos de los Estados Unidos utilizar esos recursos, estas naciones deben mantenerse al margen de ellos.
Los líderes nacionalistas entre esas naciones seleccionadas, que tenían ideas diferentes, fueron blanco de asesinatos o cambios de régimen a lo largo de la década de 1980.
Volviendo a los EE. UU., Paul Volcker también apuntó a los bancos comerciales al imponer grandes aumentos en los requisitos de reservas, lo que dificultó aún más los préstamos (aunque la especulación en los bancos de inversión se facilitó con la Ley Garn-St. Germaine de 1982). Este acto y la desregulación financiera que lo acompañó durante este período de «Reaganomics» abrieron el camino hacia la nueva era de la banca universal que comenzó con el Big Bang de Thatcher en 1986, el fin de los Cuatro Pilares de Canadá ese mismo año y finalmente el asesinato de ley Glass-Steagall en 1999. El sueño de los darwinistas sociales de un mundo desregulado de cada uno contra todos, donde sólo los más fuertes, los más aptos y los más sociópatas sobreviven, era ahora una realidad. En la Unión Soviética, este proceso de desmantelamiento y desregulación de naciones, que tardó décadas en causar estragos en las economías occidentales, se aceleró en el espacio de diez años de terapia de choque. En China, donde agentes de Soros y la CIA, como Zhao Ziyang (primer ministro y secretario general del PCCh de 1987 a 1989), intentaron imponer reformas liberalizadoras del tipo Gorbachov a lo chino, afortunadamente fueron capaces de impedir la violación antes de que se pudiera imponer el modelo aplicado a los rusos.
Con Glass-Steagall fuera del camino, los bancos comerciales y de inversión podrían unirse para formar “el conglomerado financiero supremo, todopoderoso y de muchas cabezas” como lo describió Lord Jacob Rothschild en 1983. (2)
En 2001, del mismo modo que la monstruosidad islámica de Zbigniew Brzezinski creada para luchar contra los soviéticos en Afganistán se había incubado a lo largo de la década de 1990, se lanzó un nuevo programa de guerras interminables en Oriente Medio. Mientras que Oriente Medio se ponía patas arriba bajo una nueva era de guerra, el sector de servicios financieros evitó varias bombas que cayeron cerca en 1997, 1998 y 2000 (con el colapso de la burbuja de las punto com/Y2K). Esto se logró mediante la desregulación de los derivados de venta libre entre grandes empresas (OTCs) que pasaron de ser una bomba de tiempo de 70 billones(trillones USA) de dólares en 2001 a otra bomba de tiempo de 650 billones (trillones USA) de dólares en 2008, cuando el mercado de la vivienda colapsó.
Si bien entonces existían oportunidades para reponer la ley Glass-Steagall y dividir los bancos, como lo había hecho anteriormente FDR en 1933, se prefirió la impresión el dinero hiperinflacionario, lo que resultó en otros 12 años de locura a medida que la burbuja continuaba expandiéndose y la base física de la producción económica continuaba atrofiándose.
Hoy en día, no estamos sentados sobre una burbuja concentrada en los precios de la vivienda, el petróleo o las monedas, sino en una multitud de burbujas en literalmente todo, desde materias primas, Bitcoin, vivienda, bienes raíces comerciales, deudas estudiantiles agrupadas, préstamos automotrices, hasta el exceso de valor de la propia moneda estadounidense.
La pandemia COVID no ha «causado» la actual crisis sistémica como muchos tontos han repetido como loros durante más de un año, sino que simplemente ha servido como tapadera para ocultar las causas sistémicas reales del tan ansiado colapso, y acelerar la desintegración controlada del sistema ahora que el mundo ha sido preparado para la transición a una «nueva era tecnotrónica» que ha llegado a ser apodada como el «Gran Reinicio» o la «Cuarta Revolución Industrial».
Personas como Klaus Schwab o los fideicomisarios del Foro Económico Mundial Mark Carney, Christine Lagarde y Chrystia Freeland nos dicen que la era del capitalismo de libre mercado que reinó desde 1971-2020 ha llegado a su fin, y que una nueva época de “finanzas verdes” en un mundo descarbonizado se nos viene encima. Bajo este nuevo orden mundial de “capitalismo de tenedor de apuestas”, los ciudadanos aprenderán a no poseer nada y darse por contentos, mientras que las empresas contaminantes que cometan pecados climáticos se verán excluidas de todo crédito.
Como escribió recientemente el ex director del Banco de Inglaterra, el anglocanadiense Mark Carney (que muchos vaticinan como el reemplazo de Justin Trudeau como primer ministro canadiense), sobre la nueva era del «cero neto» en su nuevo libro Valores para construir un mundo mejor para todos:
“Podrían pasar generaciones antes de que los logros de la cuarta revolución industrial se compartan ampliamente. En el ínterin, podría haber un largo período de desempleo tecnológico que aumente drásticamente las desigualdades e intensifique el malestar social”.
Klaus Schwab ha fantaseado públicamente con esta nueva era de fusión humano-máquina de cerebros con microchip que interactúan con la red global y Tony Blair ha causado vértigo diciendo que “la vacunación es, al final, tu camino hacia la libertad”.
Entonces, si bien toda esta historia puede sonar un poco sombría, solo queda un pequeño obstáculo para la implementación con éxito de este programa antihumano.
Este obstáculo se encuentra en la Gran Asociación Euroasiática liderada por Rusia y China y a la que se unen 135 naciones del mundo que se han adherido a la Iniciativa de la “Ruta de la Seda”. Estas son naciones que preferirían tener un futuro multipolar, vectorizado en torno al crecimiento industrial a gran escala, que ser sacrificadas en el altar de Gaia por un sacerdocio tecnocrático neomalthusiano. Este paradigma multipolar opera bajo una filosofía financiera y geopolítica en total desacuerdo con la obsesión entrópica cerrada de las fuerzas asociadas con Kissinger, Blair, Carney o Schwab, y eso es algo muy bueno no solo para el mundo euroasiático, sino para las fuerzas nacionalistas. también en el oeste.
Notas
(1) En junio de 1922, se intercambiaban 300 marcos por 1 dólar y en noviembre de 1923, se necesitaron ¡42 billones de marcos para obtener 1 dólar! Todavía hay imágenes disponibles de alemanes empujando carretillas de dinero en efectivo por la calle, solo para comprar una barra de mantequilla y pan (1 kg de pan se vendió por $ 428 mil millones de marcos en 1923). Con la pérdida de valor de la moneda, la producción industrial cayó en un 50%, el desempleo aumentó a más del 30% y la ingesta de alimentos se derrumbó en más de la mitad de los niveles de antes de la guerra.
(2) En su discurso de 1983, Lord Jacob Rothschild declaró: “dos grandes tipos de instituciones gigantes, la compañía mundial de servicios financieros y el banco comercial internacional con una competencia comercial global, pueden converger para formar el supremo conglomerado financiero, todopoderoso y de múltiples cabezas».
El 16 de junio, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se reunirán cara a cara por primera vez desde que el segundo asumiese la presidencia en enero. La cumbre en Ginebra, Suiza, se lleva a cabo en un momento en el que las relaciones entre Estados Unidos y Rusia han tocado fondo.
Dicha reunión no va a ser otra cosa que una trampa propagandística para el Kremlin. Así como Rusia cayó en una campaña de desinformación cuando le permitió a Navalny llevar su cuento sobre el veneno a Alemania, el Kremlin podría estar repitiendo el mismo disparate al aceptar la reunión con Biden.
Putin no parece entender que Rusia vale mucho más para Washington como enemigo que como amigo. La «amenaza rusa» es la base del presupuesto anual de mil billones de dólares del complejo militar y de seguridad de Estados Unidos, y el poder que conlleva esta enorme suma. Sin la “amenaza de Rusia” ¿cuál es la justificación del presupuesto?
La «amenaza rusa» también mantiene a Europa Occidental y la OTAN en línea con la política estadounidense. Si no existe una amenaza rusa, ¿qué sentido tiene la OTAN? ¿Qué impediría a los países europeos tener políticas exteriores independientes, contribuyendo así a un mundo multipolar? El interés de Biden es aumentar, no reducir, las tensiones con Rusia. Debemos recordar que la CIA, el FBI, los demócratas y los medios de comunicación estadounidenses organizaron el «Russiagate» para evitar que Trump normalizara las relaciones con Rusia. No hay base para creer que a Biden se le vaya a permitir hacer lo que se le prohibió hacer a Trump.
Como muchos de ustedes saben, los presidentes Putin y Biden se reunirán en Ginebra el 16 de junio para una cumbre en la que se tratará sobre el estado general de las relaciones ruso-estadounidenses —o lo que sea que pase por ellas hoy en día.
No obstante, dejando de lado los sueños húmedos que hoy circulan a modo de estrategia geopolítica en los EE. UU., creo que es importante empezar a poner los pies en el suelo.
Los europeos debemos empezar a comprender claramente que Rusia y China son los dos pilares de la unificación de un coloso eurasiático, dentro de un espacio económico único y bien defendido, cuyo tamaño eclipsa todo lo que Estados Unidos es capaz de imaginar o asimilar. Estados Unidos, por otro lado, se ha convertido, en general, en una no-entidad económica para Rusia en comparación con China, y es de interés solo en cuanto que representa un riesgo para la seguridad global, cuya mitigación debe negociarse y solucionarse de manera pacífica.
China será la economía más grande del mundo por PIB nominal para el 2030, a más tardar. Ya es hoy la economía más grande por paridad de poder adquisitivo, la economía manufacturera más grande y la nación con el mayor volumen de intercambio comercial en el mundo. China también se ha convertido en la principal potencia geopolítica en muchas áreas de influencia clave para los EE. UU.
Los americanos, se entiende, pueden también encontrar preocupante la creciente asociación espacial ruso-china o, lo que es lo mismo, el reemplazo de la «carrera espacial» por la «cooperación espacial«. Pero, oiga, Estados Unidos tiene a Elon Musk. Déjenlo proporcionarles la estación lunar. Dicen que es un tipo realmente competente…
Y luego está esa cosa del tamaño —como con el pene. Veamos un par números: 447 millones y 4.691 millones. Estos dos números dicen mucho, y están en la base del declive de Estados Unidos y de su comportamiento cada vez más irracional que, citando el famoso éxito de Bachman Turner Overdrive, podría llevarnos al “Aún No Has Visto Nada” (You Ain’t Seen Nothing Yet). El primer número representa la población de la Unión Europea, mientras que el segundo es la población de Asia. La población de Asia constituye prácticamente el 60% de la población mundial. Otro dato que podríamos citar sería África, alrededor de 1.373 millones, sin olvidar América Latina y el Caribe con unos respetables 638 millones —lo que ya representa un número considerablemente mayor de almas que la Unión Europea. La población de América del Norte (EE. UU. más Canadá) es de alrededor de 371 millones, lo que en un esquema general de las cosas no parece tan impresionante. De hecho, no lo es.
También está la percepción del tiempo… Tanto los rusos como los chinos piensan en términos de largas tendencias, con escalas de tiempo históricas. Estados Unidos carece de esta perspectiva debido a que sus élites son extremadamente incultas y mal educadas. Además, existe esa obsesión con la causa y el efecto que se manifiesta cada vez más en la erudición estadounidense. Y en la política. Por eso Rusia no tiene ningún interlocutor válido con quien hablar en los Estados Unidos modernos. Los americanos realmente piensan que son lo suficientemente importantes y atractivos como para poder ignorar la realidad actual. Pero la realidad siempre muerde. Y esta es una admisión amarga para mí, porque en algún momento vi una ventana de oportunidad para que un Occidente combinado, incluida Rusia, se convirtiese en algo más. Nunca se materializó y no hay nada más que discutir al respecto, poco importa ya qué tipo de fantasías y delirios ridículos intenten vender las élites modernas de Estados Unidos como estrategias viables.
Y entonces está esa cosa tan molesta llamada “economía”… Tanto NAFTA como la adhesión de China a la OMC crearon una aspiradora gigantesca que succionó la vida de las industrias estadounidenses y, en gran medida, de las europeas. La manufactura estadounidense empezó a abandonar sus propias costas. Estados Unidos comenzó a perder la única herramienta que era —y aún hoy sigue siendo— el único medio válido para alcanzar la prosperidad económica: la capacidad de fabricación —un concepto que está más allá del alcance de la mayoría de los economistas y pseudocientíficos políticos estadounidenses, muchos de los cuales, mientras fantasean, usan trajes chinos hechos a medida, llevan iPhones fabricados en China y usan portátiles y PCs ensamblados también allí.
Claro, hay algunos artículos que los Estados Unidos fabrica hoy en día que aún tienen demanda o que, para ser exactos, se imponen a la fuerza a sus clientes: los sistemas de armamento americanos, enormemente sobrevalorados y dudosamente efectivos. Esto es lo que queda de el una vez todopoderoso tejido industrial de Estados Unidos que podía producir cualquier cosa, desde calcetines y aparatos de cocina hasta buenos aviones de combate y excelentes aviones comerciales. Hoy esta capacidad ya no existe al haberse convertido China en el principal fabricante de bienes de consumo del mundo, por lo que la única forma en que Estados Unidos será capaz de asegurar algún mercado para sus armas será seguir reteniendo a Europa, es decir a la OTAN, como su principal cliente y vasallo. La OTAN, con gusto (si no, las revoluciones “a la ucraniana” son una buena herramienta para convencer a quienes tengan dudas…), «comprará» las armas de Estados Unidos y su «defensade Europa«. Pero para que esto siga funcionando, los Estados Unidos necesitan que los europeos se sigan tragando la patraña de que hordas de individuos que odian la democracia, que solo aceptan la existencia de dos sexos, Ivanes rusos barbudos y atrasados están listos para abalanzarse y arrebatarle a Europa sus valores favoritos, como son la completa depravación sexual, sus ciudades (también conocidas como sucias cloacas multiculturales) y el estancamiento secular de la economía —por razones que solo los estadounidenses conocen.
Estados Unidos tiene cada vez menos sustancia que sea de valor añadido para vender al mundo, mientras que la formación del monstruo económico/militar eurasiático paulatinamente les aleja de su —enormemente exagerada, para empezar— autoproclamación como el estado hegemónico, colocándolo, en el mejor de los casos, como uno de los peces gordos del planeta. En el peor de los casos, Estados Unidos será apartado de Eurasia como competidor viable y será relegado al estado de potencia regional, todavía poderosa con relación a sus vecinos del sur —siempre podrá invadir Granada de nuevo, pero tendrá cero posibilidades de interferir en los asuntos del segundo número de más arriba. El 4.691.774.606.
Después está lo del armamento… Hasta hoy el agresor se presentaba como el pastor de la paz, y los golpeados y perseguidos como los alborotadores del mundo. Es más, ¡hay razas enteras que aún lo creen! No obstante, esto también está llegando a su término. Estados Unidos, entretenido en perder guerras de guerrillas en Vietnam, Afganistán e Irak, ha perdido por el camino la carrera armamentista. El proceso de adquisición de armas de Estados Unidos y el fomento de la doctrina militar ya no pueden considerarse como un proceso normal, lógico o justificado. Si bien aún es capaz de producir algunas plataformas y habilitadores de última generación, como procesamiento de señales, computadoras de combate y redes de comunicaciones o activos de reconocimiento, en términos de armas reales, Estados Unidos va a la zaga detrás de Rusia no solo en años sino en generaciones. Como admitió recientemente, febrero de 2021, el informe de la Oficina de Presupuesto del Congreso sobre defensa antimisiles, Estados Unidos está indefenso contra una salva combinada de los nuevos misiles de crucero rusos y no hay nada que los detenga. No lo hay. Ciertamente, los sistemas de defensa aérea de EE. UU. van drásticamente a la zaga de los rusos y la brecha solo crece con el S-500 ruso entrando ahora en producción en serie y el último S-350 ya desplegado entre las unidades de primera línea.
Es posible, no obstante, que, creyendo en su propia propaganda, Estados Unidos tal vez intente desatar el caos en Ucrania, provocando a Rusia en una operación militar directa y luego introduciendo cualquier fuerza que Estados Unidos y la OTAN puedan reunir en el teatro de operaciones. Esto les funcionó en 1978 (guerra afgano-soviética), pero Putin no es Brezhnev. Cualquier plan de este tipo está destinado a fracasar estrepitosamente porque no solo esa fuerza será aniquilada, sino que las naciones participantes de la OTAN se enfrentarán la posibilidad de que sus instalaciones militares sean destruidas por las armas de ataque rusas. Eso plantea la posibilidad de que Estados Unidos escale al umbral nuclear, lo que significaría que podría dejar de existir como país … y Occidente volvería a la edad de piedra (para regocijo de Greta y los activistas verdes…).
No obstante, dejar de existir como país no parece un plan estimulante para la mayoría de los políticos estadounidenses que, salvo algunos casos con graves trastornos psicológicos de rusofobia, desgraciadamente bastante numerosos en la actual administración y entre las élites estadounidenses, entienden lo que realmente significa. Es así que, aunque no es completamente imposible, la probabilidad de una guerra nuclear total es bastante baja. Lo que nos dejaría ante el hecho de que para que Estados Unidos pudiese luchar convencionalmente en la frontera rusa necesitaría el ensamblaje de una fuerza que convertiría en enana a la que tuvo que reunir para la Guerra del Golfo —todo lo anterior suponiendo la no implicación de los chinos en el conflicto, cosa harto improbable, pues si cayese Rusia, los chinos van detrás, y son muy conscientes de ello, de ahí la alianza actual.
Pero no todo está perdido. Hoy en día, a Estados Unidos le queda un único recurso que le permite seguir siendo relevante: la realidad virtual… La realidad virtual de la impresión de dinero y de una propaganda mediática cada vez más ineficaz —hoy mareando la perdiz con Ovnis y extraterrestres. Hasta hace poco se podían ocultar las decrépitas ciudades de Estados Unidos, los disturbios masivos, la destrucción del sistema educativo, la incompetencia de los altos niveles políticos y militares, las prácticas sociales suicidas, el colapso de la ley y el orden, las enormes colas en los bancos de alimentos y los fraudes electorales. Todo eso, hoy, está a la vista de todo el mundo. Incluso subyugar a Europa no va a afectar el hecho de que Estados Unidos, tal como es hoy, no tiene futuro y no va a tener más remedio que aceptar la inmensa capacidad de fabricación de China y el poderío militar avanzado de Rusia que hacen imparable la unificación del mercado euroasiático. Es por tanto irrelevante que Estados Unidos desate una guerra/distracción aquí o allá. En Ucrania, por ejemplo.
Y hablando de Ucrania, Rusia, después del sangriento golpe de estado de 2014, comprendió que no queda nadie con quien hablar en un Occidente en el que, aparte del declive militar y económico, avanza la descomposición desde dentro debido a que las sociedades occidentales se han vuelto cada vez más totalitarias y, al mismo tiempo, blandas e incapaces de hacer frente a las crisis. Un Occidente arcoíris que prefiere suicidarse antes que admitir la realidad de que vivimos en un mundo altamente industrializado que necesita energía, fábricas y armas para defenderse. Tanto China como Rusia no paran de acumular todo esto y con ello se sella el destino de Estados Unidos.
Sin que nadie por aquí parezca percatarse, ocurre que alguien está construyendo un gigantesco mercado común en Eurasia, colocando lunas artificiales para iluminar las ciudades y planeando la exploración humana de Marte utilizando nuevos tipos de propulsión. Mientras, aquí, nos dedicamos a descubrir nuevos géneros sexuales y a apoyar a todo tipo de maleantes como Navalny o los neonazis de Kiev. Ya sabes, la falacia del “libre albedrío” —cuando en realidad un hombre puede hacer lo que desee, pero no puede desear lo que quiera, como decía el amigo Schopenhauer.
Por todo lo anterior, Sr. Biden, no hay forma posible en la que Estados Unidos pueda dividir a Rusia y China a estas alturas. ¿Cómo? ¿A cambio de qué? ¿Qué puede ofrecer América que se acerque a la escala de riqueza y prosperidad posible en Eurasia? Piense en ello. Su antecesor, Bill Clinton, en el 2000, decía que «trazaba el nuevo rumbo para una nueva economía«. Una lástima que esa «nueva economía» haya resultado ser, exactamente, la vieja.
Y tú, lector, dime. ¿Hasta cuándo vas a seguir creyendo que los jeans, los móviles y los motores de los cohetes crecen en los árboles?
En medicina, cuando hablamos de un pronóstico grave estamos haciendo referencia a que las condiciones de un paciente determinado hacen pensar que existe un riesgo severo de fallecimiento o bien de severas limitaciones en su vida.
En política, los altos doctores de la UE andan desesperados y han entrado en pánico al ver que el paciente, Europa, se les va.
No me gusta hacer pronósticos, principalmente porque suelo acertar, y soy consciente del dicho de que hay que tener cuidado con lo que se desea, no vaya a ser que se haga realidad…
No obstante, ahí va mi pronóstico para Europa:
Aunque los orígenes y las razones del Brexit fueron mucho más oscuros, podemos admitir que los votantes a favor fueron convencidos de que había que temer la libre circulación de inmigrantes y refugiados que acaparaban empleos y beneficios. Las pequeñas empresas inglesas también se veían frustradas por las tasas de la UE. Algunos pensaron que salir de la UE crearía puestos de trabajo. Muchos sentían que el Reino Unido pagaba más a la UE de lo que recibía. El resultado, que todos conocemos, fue el Brexit, que no es otra cosa que un voto contra la globalización —y un torpedo bajo la línea de flotación europea.
El Brexit —aunque no lo oigas en televisión— ha debilitado considerablemente la integración europea y, ante un sentimiento cada día más extendido entre los europeos (similar al de los británicos a favor del Brexit), los partidos de derecha antiinmigración están prosperando en la mayoría de los países de la UE. Los miembros de estos partidos son anti-UE, particularmente en Francia y Alemania. Si ganan suficiente terreno, podrían forzar un voto anti-UE, lo que significaría la disolución de la Unión Europea.
Aunque esto no llegue a ocurrir, al menos mañana, hay cosas que posiblemente si van a pasar:
El pasado 8 de mayo, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente francés, Emmanuel Macron, lanzaron —a bombo y platillo— una conferencia sobre el Futuro de Europa. Esta tiene como objetivo encontrar una hoja de ruta para la propia UE.
Que la UE a estas alturas necesite encontrar una nueva identidad debería resultar lo suficientemente preocupante. No debemos olvidar que la última vez que lo hizo, la denominada Convención Europea de hace exactamente veinte años, fracasó. Lo que finalmente surgió de todo aquello fue una nueva Constitución europea, que al final no superó la prueba de los referendos francés y holandés. En otras palabras, un completo fiasco.
A pesar de todo, Bruselas vuelve a la carga.
Nadie pone en duda que Europa tiene una nueva pila de problemas que debe abordar lo antes posible. Pero la forma en que la capital belga siempre busca la salida a los problemas de la UE es la de obtener más poder. Esta vez, esa mentalidad se ha encontrado con la fuerte oposición de una docena de estados. Al final, ni siquiera han podido ponerse de acuerdo en que algún expresidente dirigiera todo el circo.
Quizás más de uno en la UE cree que las ineptas maniobras anti-Brexit de Macron —en las que la UE se muestra como un mal perdedor— y su dogma ciego de una UE con más poder —en particular y en el mundo— son más parte del problema europeo que de la solución. Esto por no mencionar la implacable y cómica calamidad de la crisis de las vacunas.
La UE tiene problemas masivos que se derivan de su propia gestión diabólica y del creciente descontento de los estados miembros más pequeños. Por supuesto, el cambio climático es un tema enorme que se debe abordar, pero para la mayoría de la gente lo más importante son la economía y las políticas de inmigración.
La inmigración, consecuentemente, está teniendo enormes consecuencias políticas en la élite y en la forma en que gobiernan. Si bien Alemania puede capear la tormenta del impacto de casi 1 millón de refugiados sirios, Macron se está preparado para ser más duro con los inmigrantes simplemente para tratar de evitar que Marine Le Pen consiga lo que todos esperan que sean enormes ganancias en la primera ronda de las próximas elecciones presidenciales. En España, como en otros países europeos, la situación es similar —véase VOX.
La victima más probable de este giro en la política de inmigración será —desde mi punto de vista— la derogación de los acuerdos de Schengen sobre la libre circulación de las personas.
Este acuerdo de 1985, que sobre el papel parece una gran solución para los europeos que quieren libre movimiento por Europa, en realidad es una pesadilla para el control de grandes franjas de inmigrantes que buscan el mejor trato de asilo que puedan encontrar.
Es por eso que el famoso artífice de las negociaciones de la UE en el Brexit, Michel Barnier, que planea presentarse como candidato en las elecciones presidenciales de Francia en 2022, ha lanzado una bomba, tanto sobre la UE como sobre Francia, con su última declaración: quiere una congelación de la inmigración en Francia durante cinco años.
Es muy discutible que esto vaya a causar ningún beneficio económico a los franceses, pero al menos, algunos opinan, que evitará una victoria de Le Pen, mientras que otros piensan que podría ayudar a Francia, aunque a expensas de la UE.
Si Francia puede decidir unilateralmente sobre la inmigración, otros seguirán y Schengen será abolido.
Los críticos dirán: «Si Schengen no funciona y podemos optar por no participar, ¿sobre qué más deberíamos optar?» La UE se volverá increíblemente débil y aún más ineficaz. El trillado cliché de la UE como campeona de la “libre circulación de bienes, servicios y personas” tendrá que ser degradado a solo “bienes y servicios” —lo que muchos euroescépticos han sostenido durante años como la mejor opción para su supervivencia a largo plazo. Un bloque comercial. Nada más y nada menos.
Ahora bien, una vez desaparecido Schengen, el problema —aumentado— se traslada a los estados miembros del sur de la UE. Un Schengen desechado significará que los estados miembros de la UE como Italia y España estarán obligados a contener a todos los nuevos refugiados dentro de sus fronteras, en lugar de ser la ruta de paso hacia otros países —del norte— en su búsqueda de un mejor trato. Esto será la chispa que encienda un ímpetu euroescéptico generalizado en el sur de Europa que conducirá a la salida total de la Unión Europea de estos pesos pesados.
Combinado, el truco de Barnier —para su propio beneficio electoral— representa un nuevo nadir para la Unión Europea y sus apparatchiks en Bruselas. Con un surgimiento radical de partidos de extrema derecha que ya amenazan con obtener una participación mayoritaria en las próximas elecciones de la UE, la mínima confianza en la UE de estados miembros clave como Italia y España y la preocupación —muy real— de que al menos un peso pesado de la UE siga a Gran Bretaña. (no le quite el ojo a Dinamarca, Suecia o los Países Bajos), la UE caerá de rodillas si Schengen es destrozado.
Después de esta radiografía, vemos que a la Unión Europea le ha salido una nuevo tumor galo que se suma al cáncer del Brexit. Su defunción está garantizada si el gran tratamiento de cura consiste en seguir presionando para obtener un mayor poder para Bruselas. Una nueva constitución europea no es la respuesta si el agregado de este pontificado delirante es que la UE de alguna manera se hace más grande. Y simplemente el tiempo se está acabando.
En resumen, he ahí mi pronostico: Grave, posiblemente entrando en fase terminal.
Según el diccionario, una de las definiciones del término “realpolitik” es: “Política basada en consideraciones prácticas, más que morales o ideológicas”.
Este análisis pretende ser así.
Henry Kissinger, 97, ha comentado recientemente en Arizona, que el choque chino-estadounidense: “Es el mayor problema de los Estados Unidos, el mayor problema del mundo. Porque si no podemos resolver eso, entonces existe el riesgo de que en todo el mundo se desarrolle una especie de guerra fría entre China y Estados Unidos».
En términos de realpolitik, esta «especie de Guerra Fría» ya está en marcha. Entre los funcionarios del gobierno federal de los Estados Unidos, sus contratistas y cabilderos, China es considerada unánimemente como la principal amenaza a la seguridad nacional de los Estados Unidos.
Kissinger, en realidad, está admitiendo que el complot diplomático, en el que participa desde 1972, no está funcionando. El ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, y el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov, están involucrados ahora, a tiempo completo, en demostrar, principalmente al “Sur Global”, cómo el «orden internacional basado en las reglas» de los Estados Unidos no tiene absolutamente nada que ver con el derecho internacional y el respeto de la soberanía de las naciones.
Así que abroche su cinturón.
Comencemos por puntualizar que, contrario a la creencia, no fue Kissinger quien creó la política de acercamiento a China de Nixon, sino el Estado Profundo. Kissinger era solo un mensajero. En la situación de 1972, el Estado Profundo quería salir de Vietnam, por lo que se comenzó a implementar una política de contención de la China y Rusia comunistas basada en la teoría del dominó.
El Estado Profundo buscaba lograr una serie de objetivos al acercarse al presidente Mao, quien estaba enemistado con Rusia. Buscaba aliarse, en 1972, con China y contra Rusia. Esto hizo que Vietnam perdiera sentido, porque China se convertiría en el muro de contención de la URSS y Vietnam ya no significaba nada.
Se pretendía equilibrar a China con Rusia y, aunque China no era una potencia importante en 1972, podría drenar recursos de la URSS, obligándola a colocar 400.000 soldados a lo largo de la frontera común. Y la política del Deep State funcionó. El Estado Profundo lo había planeado correctamente —no Kissinger. 400.000 soldados en la frontera con China suponían una tajada importante en el presupuesto de la URSS, a lo que más tarde habría que añadir otros 100.000 soldados en Afganistán, aparte de los 600.000 soldados del Pacto de Varsovia.
Y eso nos lleva a Afganistán.
El Estado Profundo decidió iniciar un Vietnam para Rusia en Afganistán en 1979, a pesar de que esto significaba usar innecesariamente al pueblo afgano como carne de cañón, lo cual fue fundamentalmente injusto. En esta época Zbigniew Brzezinski interpretaba a Kissinger; otro don nadie sobrevalorado que solo llevaba los mensajes del Estado Profundo.
El Estado Profundo también decidió derrumbar el precio del petróleo, ya que eso debilitaría económicamente a Rusia. Y también eso funcionó en 1985, cayendo el precio a ocho dólares el barril, lo que redujo a la mitad el presupuesto ruso. Luego, básicamente, se le dio permiso a Saddam Hussein para invadir Kuwait como una estratagema para enviar un ejército avanzado que lo noquearía fácilmente y demostraría su superioridad armamentística al mundo. Esto cumpliría dos funciones: desmoralizaría bastante a los rusos e introduciría el temor al dios cristiano en el petróleo islámico. Luego siguió la ficción de la Star Wars de Reagan.
La URSS, para sorpresa de todos (americanos incuidos), acabó perdiendo los nervios y se desmoronó.
En opinión del Estado Profundo esto constituyo una maniobra «maravillosa» en la que «salió el comunismo y entró el cristianismo«.
A continuación, algunos quisieron dar la bienvenida a Rusia a la comunidad de naciones cristianas, pero el Estado Profundo prefirió, en cambio, desmembrarla. Eso fue una estupidez por parte de los americanos, ya que el equilibrio contra China se desmoronó dejando el campo libre a esta última. También fue ingenuo esperar el regreso del cristianismo, ya que Occidente avanzaba rápidamente hacia la desintegración moral total.
Mientras tanto, el nuevo aliado de los EEUU, China, continúa creciendo, al tiempo que los americanos siguen entretenidos tratando de terminar el desmembramiento de Rusia por todos los medios, incluyendo “asesores” enviados para destruir toda su economía durante la década de 1990.
El bombardeo de Belgrado durante 78 días finalmente despertó al oso, el cual comienza aquí una remilitarización masiva, al volverse obvio que la intención final era bombardear Moscú hasta convertirlo en cenizas. Entonces, los misiles defensivos se volvieron esenciales para los rusos. Así, surgieron como setas los S-300, S-400, S-500 (y próximamente S-600).
El Estado Profundo había sido advertido sobre cómo el bombardeo de Belgrado en 1999 haría que Rusia se remilitarizara, pero no prestó atención. Belgrado fue bombardeado durante 78 días (en comparación al vengativo bombardeo de Hitler de 2 días). Y China, mientras tanto, sigue creciendo.
Y eso nos lleva a una nueva era, que comenzó en la práctica con el anuncio chino de las Nuevas Rutas de la Seda en 2013 y el Maidan en Kiev en 2014.
China comienza a darse cuenta de que ha sido utilizada y que la flota estadounidense controla sus rutas comerciales, por lo que decide acercarse a Rusia en 2014, justo cuando se presencia el desmoronamiento de Ucrania por el movimiento de protesta de Maidan. Este derrocamiento lo organiza el Estado Profundo cuando empiezan a comprender que habían perdido la carrera armamentista y que ni siquiera sabían lo que estaba pasando.
Como en Afganistán en 1979, la “idea” era conducir a la nueva Rusia a un nuevo Vietnam en Ucrania en el 2014, para drenarlos (de nuevo) y, a continuación, volver a estrellar el precio del petróleo (lo que lograron). Beijing, no obstante, observó cuidadosamente la situación y vio la luz. Si Rusia era derrocada, Occidente controlaría todos sus recursos naturales, recursos que les han sido fundamentales a medida que se convertían en una economía gigantesca más grande que los EEUU. Y Beijing comienza a abrir una cálida relación con Moscú en la que busca obtener recursos naturales por vía terrestre, como petróleo y gas natural de Rusia, para evitar, en la medida de lo posible, los mares. Mientras tanto, Beijing acelera enormemente la construcción de submarinos que transportan misiles capaces de destruir las flotas estadounidenses.
Entonces, ¿dónde encaja el quasi-centenario Kissinger de Arizona?
A los americanos les gustaría que la relación Rusia-China terminara por desaparecer para siempre. Es el mismo tipo de objetivo, divide y vencerás, que ha impedido, desde la primera guerra mundial, el acercamiento de Europa a Rusia. El mismo motivo por el que el Reino Unido ingresó en la Comunidad Europea: vetar cualquier intento de entendimiento entre Europa a Rusia, evitando así la creación de la “madre de todas las superpotencias”: UE+Rusia.
Curiosamente, el Sr. Kissinger describe esto como la lucha por «nuestros valores«, cuando a Estados Unidos no le quedan más valores que la anarquía, el saqueo y la quema de cientos de ciudades. Valores que el Sr. Biden espera restablecer comprando a todas estas masas marginadas por medio de la impresión de dinero, impresión más allá de cualquier posible control.
Esto explica la inevitable caída de un amateur Trump —el Estado Profundo no tiene tiempo para aficionados en una América que se desmorona. Añadamos la pandemia de Covid-19, la cual ha destapado que las instituciones de muchos países son un fracaso —si este juicio es objetivamente justo es irrelevante— y la realidad es que el mundo nunca volverá a ser el mismo después del coronavirus y de sus efectos antiglobalización.
Y, aunque Putin ha perdido bastante tiempo persiguiendo el “sueño europeo” (con una Europa que no le quiere porque no se lo puede permitir), al menos, últimamente, parece estar de vuelta en la realpolitik del acercamiento a China sin reversión. Paralelamente, un Kissinger conmocionado por la nueva alianza, reaparece en escena lamentando que: ¡Deberían estar separados!
Estados Unidos ha estado persiguiendo los sueños del equilibrio de poder desde 1900 y ahora se enfrenta a la ruina económica. Estas ideas no funcionan. No hay ninguna razón por la que Estados Unidos no pueda ser amigo de Rusia y China y las diferencias pueden resolverse. Pero esto no va a ocurrir, ya que las consideraciones del equilibrio de poder dominan toda su relación política internacional.
Bueno, eso no estuvo bien. Por un momento aterrador, llegó a parecer que GloboCap iba a permitir que el Hitler-activo-ruso ganara. Hora tras hora, en la noche de las elecciones, los estados en el mapa seguían poniéndose rojos, rosados o de algún color claramente distinto del azul. Wisconsin… Michigan… Georgia… Florida. No podía estar sucediendo y, sin embargo, así era. ¿Qué otra explicación había? ¡Los rusos volvían a robar las elecciones!
Pero, por supuesto, GloboCap solo estaba jugando con nosotros. Son un montón de bromistas, esos tipos de GloboCap. Naturalmente, no pudieron resistir la oportunidad de vacilarnos una vez más.
Seriamente, aunque disfruto de una buena broma, todavía me quedan algunos amigos liberales, muchos de los cuales estaban al borde de sufrir serios ataques al corazón mientras esperaban sin aliento que los medios corporativos confirmaran que habían votado con éxito la salida del poder de, literalmente, un dictador. (Algunos de ellos sufren de SII y otros trastornos gastrointestinales por lo que, a la luz de la actual escasez de papel higiénico, causada por el Regreso de la Plaga Apocalíptica, jugar con ellos de esa manera fue especialmente cruel).
Y, por supuesto, lo más importante es que el racismo en Estados Unidos se ha acabado … ¡otra vez!
Sí, así es, amigos, no más racismo … ¡denle un besito de despedida de todos esos monumentos confederados! ¡Los demócratas están de vuelta en la Casa Blanca! Según las fuentes, el personal doméstico ya está en el sótano del Ala Oeste buscando ese busto de MLK que Trump ordenó remover y profanar en el momento en que asumió el cargo. Los universitarios están haciendo piras con libros, pinturas, películas y otras obras de arte degeneradas, racistas o potencialmente racistas. Jussie Smollet finalmente puede salir de su escondite.
Mientras tanto, han comenzado las celebraciones oficiales. Una variedad de luminarias, asesinos en masa de GloboCap, líderes gubernamentales y medios corporativos están bombeando propaganda esperanzadora como si fuera 2008 nuevamente. Los tertulianos se derrumban y lloran en la televisión. Las turbas liberales ritualmente pisotean en la calle Cheetos hasta matarlos. Hordas escandalosas de adeptos al Culto Covidiano se amontonan al aire libre, con máscaras alrededor del cuello, compartiendo botellas de champán y besos tornillo, protegidos del virus por el mismo campo-de-fuerza-Anti-Trump que salvó a los manifestantes de BLM durante el verano pasado. ¡Es como el V-Day, la caída del muro de Berlín y el asesinato de Bin Laden, todo junto!
Pero no perdamos el tiempo con todos esos horrores ahora mismo. Ya llegará el momento para todo eso más adelante, cuando Donald Trump sea llevado ante los tribunales y juzgado por sus crímenes contra la humanidad, como todos nuestros presidentes criminales de guerra anteriores.
No, este es un momento para mirar hacia adelante a la Brava Nueva Normalidad del Capitalismo Global, en la que todos se sentarán en casa con sus máscaras, navegando por Internet con sus tostadoras portátiles y con MSNBC como música de fondo … bueno, de acuerdo, no absolutamente todos. Los ricos todavía necesitarán volar en sus aviones privados y helicópteros, y tomarse unas vacaciones en sus yates y, ya sabe, todas las cosas habituales de los ricos. Pero el resto de nosotros no tendremos que ir a ningún lado, ni reunirnos con nadie en persona, porque nuestras vidas serán una reunión interminable de Zoom, cuidadosamente monitoreada por verificadores oficiales de hechos para asegurarnos de que no estamos «mal informados» o expuestos a “teorías de conspiración peligrosas” que potencialmente podrían conducir a una muerte agonizante (o a enfermedades similares a una gripe, de leve a moderada) de cientos de millones de personas inocentes.
Pero no vendamos aún la piel del oso. Por mucho que probablemente esté usted deseando entrar en la Brava Nueva Normalidad del GloboCap, o en el Gran Reinicio, o como sea que terminen llamando al nuevo totalitarismo patologizado, todavía no es un hecho consumado … no hasta que el Hitler-activo-ruso haya sido completamente humillado y destituido de su cargo, y cualquiera que votó por él –o no creyó que literalmente era Hitler, o un activo-ruso, o que de otra manera se negó a participar en el anti-Trump sinsentido: el Festival del Odio generado-por-los-medios-corporativos–, y cualquiera que votó por él –decía– haya sido demonizado como un «racista», un «traidor», un «antisemita», un «teórico de la conspiración» o algún otro tipo de «extremista de extrema derecha». Eso probablemente llevará un par de meses más.
Estoy bastante seguro de que el plan sigue siendo incitar a Trump para que reaccione de forma exagerada y trate de resistir su destitución. Y no me refiero solo a los tribunales. No, después de todo el dinero, el tiempo y el esfuerzo que GloboCap ha invertido durante los últimos cuatro años, se sentirán extremadamente decepcionados si simplemente se escabulle sin convertirse en un Hitler y comenzar una Segunda Guerra Civil.
Como he dicho una y otra vez, desde que ganó las elecciones, GloboCap necesita dar un ejemplo con Trump para sofocar la rebelión populista generalizada, que comenzó en 2016, contra el capitalismo global y su ideología. Y no, no importa si Donald Trump es realmente un populista, o si la gente se da cuenta de que es el capitalismo global y no el “marxismo cultural” contra lo que se están rebelando.
Según el guión, esta es la parte en la que Trump se niega a respetar la «democracia» y tiene que ser arrastrado a la fuerza fuera de su cargo por el Servicio Secreto o elementos del ejército, idealmente «en vivo» en las televisiónes internacionales. Puede que no termine siendo así (Trump probablemente no sea tan tonto como creo), pero ese es el escenario del Acto III de GloboCap: el «intento de golpe de Trump», luego, la «marcha del delincuente». Necesitan que el público y las generaciones futuras lo perciban como un “presidente ilegítimo”, un “usurpador”, un “intruso”, un “impostor”, un “invasor”… lo cual es. (Ser rico y famoso no le convierte en miembro del GloboCap Power Club).
Los medios corporativos ya están trabajando duro para fabricar esta versión de la realidad, no solo en el contenido de sus “reportajes”, sino también con el desprecio desenfrenado que muestran por un presidente aun en funciones. De hecho, las redes le cortaron en medio de su discurso postelectoral. Twitter Corporation está censurando sus tweets. ¿Qué podría ser más humillante… e indicativo de quién está realmente al mando?
Mientras tanto, la propaganda de GloboCap ha alcanzado un nuevo nivel post-orwelliano. Después de cuatro largos años de “¡RUSIA HACKEÓ LAS ELECCIONES!” … ahora, de repente, «¡NO HAY TAL FRAUDE A LAS ELECCIONES EN ESTADOS UNIDOS!»
Así es, una vez más, que a millones de liberales –como en esa escena de 1984 en la que el Partido intercambia enemigos oficiales justo en medio del discurso de la Semana del Odio–, se les ha ordenado revertir radicalmente su «realidad» y negar histéricamente la existencia de lo mismo que han estado alegando histéricamente durante cuatro años completos … ¡y de hecho lo están haciendo!
Al mismo tiempo, los trumpistas se han visto reducidos a repetir, una y otra vez, que “LOS MEDIOS NO NOMINAN AL PRESIDENTE” y “BIDEN NO ES EL PRESIDENTE ELEGIDO” y otras versiones de “ESTO NO PUEDE ESTAR SUCEDIENDO».
Odio echar sal en las heridas de cualquier persona (especialmente en aquellas cuyas caras están siendo aplastadas por la enorme bota del GloboCap), pero sí, esto está sucediendo. Segunda Guerra Civil o no Segunda Guerra Civil, este es el final para Donald Trump. Como Biden y los medios corporativos nos siguen diciendo, nos encontramos ante un “invierno muy oscuro”, al otro lado del cual nos espera una nueva realidad … una nueva realidad totalitaria, patologizada.
Llámelo «Nueva Normalidad», o como quiera. Pretenda, si lo desea, que “la democracia ha triunfado”. Use su máscara. Enmascare a sus hijos. Aterrorícelos con imágenes de los «camiones de la muerte», historias de «piratas informáticos rusos» y «terroristas supremacistas blancos». Viva con miedo a una plaga imaginaria (o quizás a una plaga no imaginaria, si ese «invierno muy oscuro» llega a suceder). Censure a todos los disidentes. Prohíba todas las protestas. No intente ajustar su telepantalla. Haga clic en el enlace para unirse a la reunión de Zoom. Tenga a mano su contraseña y sus documentos de identidad. Cuide sus pronombres. Póngase de rodillas. ¡Esto es el GloboCap jodidamente Über Alles!
Para los críticos de Donald Trump, cuatro años de fingir lo han dejado expuesto a la vista de todo el mundo. El presidente, argumentan, no ha vuelto a hacer grande a América, la ha debilitado más de lo que nunca ha estado: no es respetada, es ridiculizada y ahora incluso es compadecida. Al mismo tiempo, no sabe cómo lidiar con la pandemia del coronavirus, no ha logrado reequilibrar las relaciones con China, no ha logrado negociar con Corea del Norte, no logró poner fin a las guerras interminables en el Medio Oriente, no logró intimidar a Irán, no logró parar la barra libre europea, e incluso no logró mejorar las relaciones con Rusia. Y todo eso, antes de que uno considere su historial de socavar o destruir tratados internacionales sobre cambio climático, comercio y armas nucleares.
Para los partidarios de Trump, esto es manifiestamente injusto. Para ellos, el presidente finalmente revirtió la debilidad de Barack Obama: reforzó las líneas rojas, puso a Estados Unidos en primer lugar, rompió con los malos acuerdos, acorraló a los aliados para que paguen más por su defensa, lideró el cambio global de actitud contra China, derrotó al Estado Islámico y mantuvo a los Estados Unidos fuera de cualquier nueva guerra. Agregue a eso los acuerdos en el Medio Oriente para normalizar los lazos con Israel, y la nueva línea de comunicación con Pyongyang y, el mundo, aseguran, es ahora un lugar más seguro y mejor para los estadounidenses. Si ha alborotado y ofendido a alguna gente por el camino, que así sea.
Ambas teorías pasan por alto el significado real de la presidencia de Trump. Después de décadas de aventuras internacionales y capitalismo descontrolado, que han dejado a Estados Unidos empobrecido, abrumado y sobrecargado, ha sido Trump quien ha destapado la incómoda verdad: el sistema estadounidense está en decadencia, y lo ha estado durante décadas.
En la Roma del 408 d.C., cuando los ejércitos de los godos se preparaban para descender sobre la ciudad, las marcas de la decadencia imperial no solo se mostraban en grotescas demostraciones de opulencia y derroche público, sino también en el colapso de la fe en la razón y en la ciencia. El pueblo de Roma, ante la imparable desintegración de su Imperio, prefería caer presa de «una superstición pueril» promovida por astrólogos y adivinos que afirmaban «leer en las entrañas de las víctimas signos de futura grandeza y prosperidad».
Quizás en una democracia el rasgo distintivo de la decadencia no sea el libertinaje, sino el ensimismamiento terminal: la pérdida de la capacidad de acción colectiva, de la creencia en un propósito común, incluso de la aceptación de una forma común de razonamiento. Escuchamos a los nigromantes de hoy que profetizan grandes cosas, mientras nos conducen al desastre. Nos burlamos de la idea de un «pueblo» y despreciamos a nuestros conciudadanos. Creemos que cualquiera que no persiga su propio interés es un tonto.
No podemos culpar de todo esto a Donald Trump. En la etapa decadente del Imperio Romano, o de la Francia de Luis XVI, o los últimos días del Imperio de los Habsburgo, la decadencia se filtró hacia abajo, de los gobernantes a los gobernados. Pero en una democracia, el proceso opera recíprocamente. Una élite decadente permite el comportamiento degradado del pueblo, y este, en consecuencia, elige a sus peores líderes. Así, nuestros Nerones son un espejo de nuestros peores atributos, y nosotros les recompensamos por ello
El problema no es Donald Trump, es el Donald Trump que todos llevamos dentro.
Cualquier negociación tiene un límite. De lo contrario, se denomina rendición. Y lo que nunca se debe hacer es creer que la parte contraria te necesita más que tú a ella —exiges más de lo que la otra parte estaría dispuesta a ceder, pensando que no le queda otra, y recibes a cambio un “увидимся позже аллигатор” (“hasta luego cocodrilo”, en cristiano).
El canciller ruso Lavrov mencionó este “cocodrilo” a la presidenta de la Comisión Europea, la semana pasada:
«Aquellas personas en Occidente que son responsables de la política exterior y no comprenden la necesidad de una conversación mutuamente respetable, bueno, simplemente debemos detener por el momento la comunicación con ellas. Sobre todo, porque Ursula von der Leyen afirma que la asociación geopolítica con el liderazgo actual de Rusia es imposible. Si así lo quieren, que así sea».
Esto —junto con un fallido Brexit, también con “cocodrilo”, esta vez del Boris—, no es peccata minuta para los europeos. Si Merkel y la UE buscan la solidificación de una Europa «en pie de guerra» contra Rusia y China (con Alemania, nuevamente, después de dos guerras perdidas, aspirando a su anterior prominencia en y sobre Europa), las tensiones con Rusia, así como con China, crecerán. Europa se quedará como el “coleguilla” de ambos, dos conyugues antagónicos, el Este y el Oeste, y acabará siendo el «amigo» de ninguno.
Si bien a la UE aún le quedan algunos «cartuchos» en la recámara, es muy arrogante suponer que todos se «someterán» a las condiciones y “valores europeos” sólo para evitar perder el acceso a sus mercados. Cierto, hay un gran «mercado» europeo, pero también tiene lagunas muy obvias. Sin profundizar mucho: los proveedores básicos de Internet (ISPs) son todos estadounidenses; no hay un software bancario propio ni plataformas en la nube, mucho menos redes sociales que rivalicen con las de Estados Unidos o China; hay muy poca inversión en telecomunicaciones y 5G (particularmente en Alemania); falta seguridad en el suministro de energía a un costo asequible, así como todo tipo de recursos naturales. Como guinda, el idioma oficial de la UE (varios meses después del Brexit) sigue siendo el de un país con la población de Madrid: ¡Irlanda! —el Donald, que es incapaz de terminar oraciones básicas en inglés, desde luego, no va a necesitar aprender français.
Mientras, en China, aparte de la Gran Muralla y más que 4.000 años y un día de cultura, tienen el dinero y los conocimientos técnicos más actuales. Rusia, la tecnología armamentística y —esparcidas por una superficie mayor que la del enano celestial Plutón— las mayores reservas naturales de este planeta; campos que Estados Unidos no puede reemplazar.
Europa goza de algunos focos de experiencia, como en IA e industria aeroespacial, pero es pobre en Big Tech, y en términos de gasto en I + D tecnológico, la UE es también un chihuahua. Europa necesita urgentemente la colaboración de China y Rusia en tecnología, si quiere participar en la «Nueva Economía«. Sin embargo, Estados Unidos, que ve a Europa como un mercado muy regulado y como una posible amenaza comercial, siguiendo sus propios intereses —America first y eso—, quiere que la UE se blinde por completo de la tecnología china y rusa. Gane quien gane las elecciones en Estados Unidos, da lo mismo: Victoria Newland, del gobierno de Obama/Biden, lo expresó, en su día, con la sofisticación y profundidad estratégica habitual de la diplomacia de los Estados Unidos: «¡Fuck the EU!».
Virando 180º, desde la perspectiva rusa y china, es poco probable que su limitada y tensa relación con Estados Unidos vaya a mejorar, salga Coca-Cola o Pepsi el próximo mes en Washington. La animadversión de Estados Unidos contra Rusia continuará. Y en cuanto a Beijing, si ganara Biden (un viejo enemigo de Huawei), China espera pocos cambios, más allá de una revisión de las tácticas de derribo.
A eso hay que añadir el cambio que el Covid-19 está imponiendo sobre las cadenas de suministro globales, que están siendo reemplazadas por un enfoque mucho más regional, con lo que se ha reducido la dependencia de Asia de la salud —física … y mental— de Europa y Estados Unidos. Actualmente, alrededor del 60% de todo el comercio de Asia ocurre dentro de la propia Asia.
La UE, gracias principalmente a los Hans e Inge del norte, se está convirtiendo en un camposanto económico, y nadie quiere negocios con el cementerio —aparte de POTUS (el enterrador)—.
No sé qué opinará usted, pero a mí los relatos festivos que dominan la discusión pública sobre el envejecimiento —ya sabe, “que la edad es solo un estado mental”, que «los 60 son los nuevos 40«—, me irritan. ¿Qué sigue? ¿Los 100 como la nueva adolescencia? No porque el mono se haya bajado de tu hombro significa que el circo se haya ido de la ciudad.
La idea de vivir una larga vida puede atraer a muchos, pero la idea de envejecer no atrae a nadie. Bueno … miento … hay momentos, en nuestras vidas, en los que nos gusta envejecer. Cuando tenemos menos de 10 años estamos tan entusiasmados con el envejecimiento que uno piensa en fracciones: «¿Cuantos años tienes?» «¡Tengo cuatro años y medio, para cinco!»
A partir de ahí, nunca tienes treinta y siete y medio.
Y mientras buscas una cama limpia y un lugar para guardar tu mierda mientras sales a buscar más mierda, en una época en la que las cosas innecesarias son nuestras únicas necesidades, y has de seguir eligiendo entre un mal u otro y no importaba lo que elijas, el tiempo pasa y, de repente, te das cuenta de que ya no eres lo suficientemente joven como para saberlo todo.
De todo ese lapso abrumador solo queda una retorcida sabiduría, como única recompensa por sobrevivir a la propia estupidez. Amarga sabiduría, por cierto, que se asemeja al último día de las vacaciones. Finalmente has descubierto dónde conseguir un café decente, con una camarera amable, y ya estás camino del aeropuerto, para no volver jamás.
Aun, de las 103.258 personas nacidas el mismo día que yo, 83.682 siguen vivas. Lo penoso es que durante estas dilatadas biografías no hemos crecido. Hemos añadido años a la vida, no vida a los años. Hemos protestado porque no hay suficientes carriles bici, ido a pensar al váter casi todos los días, nos hemos casado con intolerantes a la lactosa, rascado los huevos sintiéndonos bien, hemos sido lectores inalámbricos de correo basura, después del sexo nos hemos divorciado, y llamado a eso madurez. Lo que eso es, es envejecer. Si la madurez significa convertirse en un cínico, si tienes que matar la parte de ti mismo que es ingenua e idealista, la parte de ti que más atesoras, ¿no sería mejor morir joven, con tu humanidad intacta?
Todo esto de vivir toma mucho de tu tiempo. ¿Y qué consigues al final? ¡La muerte! ¿Qué es eso, una bonificación?
Un fallo de diseño … Tal vez deberíamos vivir hacia atrás. Comenzar el día de la muerte y terminar con un orgasmo.
El mundo se ha convertido en un lugar donde se puede decir cualquier cosa y alguien la creerá. Un lugar donde muchos obtienen su ración de escalofríos imaginando conspiraciones creíbles opuestas a creíbles conspiraciones, porque, a unos y a otros, eso les reconforta, mientras que no les exige probar nada. Y no se tienen que levantar del sofá.
Las teorías de la conspiración revelan, en realidad, una fe extrema en la aptitud organizativa y la disciplina institucional de las organizaciones envueltas; en su nivel de intriga, de planificación anticipada y de fidelidad perpetua a la agenda, que sería necesaria para que dichas instituciones consiguiesen una conspiración efectiva.
Mi antídoto contra el pensamiento conspirativo es una desconfianza permanente en la competencia de las grandes instituciones. Pásese una mañana por cualquier oficina del Gobierno y saque sus propias conclusiones.
La realidad ha de ser más mundana …
Somos a una familia, ciertamente una familia disfuncional, bastante estirada, con alguna oveja negra y con los armarios repletos de esqueletos. Aun así, nuestro principal problema es que somos un caos. No son los Illuminati, ni la Banca Judía, ni la Teoría de los Reptilianos. La verdad es mucho más aterradora:
No hay nadie en control.
¿Por qué nos encanta, entonces, la idea de que haya personas que trabajan juntas, en secreto, para controlar y organizar el mundo? Porque no nos gusta enfrentar el hecho de que nuestra sociedad funciona con una combinación de caos, estupidez y confusión.
Tal vez por eso, los gobiernos permiten, fomentan [e incluso crean] las conspiraciones. Estas les dan un cache del que están a años luz [y tapan sus errores más garrafales].
Posiblemente, la única teoría de la conspiración cierta [que discurre a plena luz] sea la propia vida, en la que un muy real y descontrolado autoritarismo está reduciendo nuestras libertades y nuestra privacidad a los niveles más bajos de la historia. Y a nadie parece preocuparle; al menos no tanto como saber detectar a los reptiles que dirigen el gobierno de EE. UU. [como «saben» 12 millones de estadounidenses].
Aunque claro, yo, tal vez, debería empezar a creer en las conspiraciones, porque los que tienen el poder posiblemente conspiran y mantienen su poder al lograr que la gente como yo no crea en las conspiraciones.
Hum … porque al final … ¿quién está detrás de la gente lagarto?
To more than one, among the conditioned beings, this is going to sound shocking. Maybe, a total delusion. But, since it’s possible there may still be some sober Westerners out there, I wouldn’t be surprised to end up witnessing, soon, in this life, a great tide of refugees leaving Europe to… Russia.
Yes?
Yes!
Russia is the country in which the people is literally being forced –under a “tyrant” like Putin and a government that apparently is like, how to say, a bunch of malignant characters– to earn money, eat tasty non-GM food, go to universities and colleges to study all that hypersonic rocket sciences and repressive mathematics, and ultimately live a genuine alt-capitalist life, even if by Kremlin’s decrees. Russian cities –I can attest to this– are horrible, especially because the amount of nice totalitarian parks they got, where you can have, in a bench [in the summer], an old-fashioned mouthwatering open-faced style red caviar sandwich, which insults the intelligence of Russians abroad, Navalny’s if any … and the international community.
Meanwhile in the West, despite the elite’s mantra: «don’t worry, everything’s fine», one senses that the Titanic’s radar went bloody off last week. I mean, OK, let’s even say that everything is going to go back to normal, that the radar can be fixed. We’re going to concentrate a lot, press hard our temples, and pretend it’s possible. OKAY. Where are we going to go after the improvement? Back to the world that screwed us up in first instance. Doesn’t sound very promising.
So, one way or another, those of us left with half an operational brain are faced with a terrifying dilemma: to adapt to living in an Orwellian reality, including a fairly rapid transition (historically speaking) to third-world monkey economies and servitude standards, or make up our minds and regain personal freedom, common sense, economic stability and opportunities in the country of the “despot” above mentioned. Not to mention a good ol’ iced vodka, which always helps to recover a [long time lost] wide totalitarian laugh.
Actually, the landscape is not the point, nor is vodka (which wouldn’t be bad, by all means), much less an economic question. It is about healing the neurosis produced by a system that no longer fits with the individual [and not the other way around], which only brings nonsense and an abysmal sadness to the soul. The West, today, is like living in an extended family in which everyone is deranged, but they have decided that only one has to go to the hospital to be fixed. And that one is you: they call me crazed, and I call them crazy and, damn, they beat me in votes. And that pseudo-democratic realism insists on treating my mental health as if it were a natural fact, like the weather. But, it turns out that the climate is no longer a natural occurrence but a permanent political-economic effect. As my mental fucking health is –which, it happens, is not that fucked, just a bit preoccupied with soupy fantasies that prevent me from sleeping.
I’m missing some adventure: Trekking through a country that is bigger than Pluto. Being an Elvis born in Vladivostok not knowing what a guitar is. Enjoying the freedom of selling dildos to the Germans on the internet [sounds pretty uplifting to me]. Less woke, more deep sleep. Less phony ideology, more real sex. Anything, in Russia, somewhere in Russia, to be human again … if only they give me a chance [and a Visa].
Siempre comento —a cualquiera con medio cerebro y una capacidad de atención más larga que la duración de un anuncio de crema para las hemorroides— que no importa el resultado de las elecciones. Seamos realistas, la política es solo una telenovela infumable.
De “Dallas» —el culebrón de los 80—, las principales imágenes que nos vienen a la mente de inmediato son dientes y petróleo. Dientes perfectos. Qué más, qué más … el dinero. Dinero, dinero, mucho dinero. Dientes, petróleo y dinero —sin embargo, no podemos recordar una sola línea argumental, ni una. La política occidental, en pocas palabras.
Hoy, todo ese azúcar de los 80 se ha consumido y todos somos conscientes del problema fundamental con el azúcar: si tomas demasiada, enfermas. Tanta azúcar ha convertido aquellos dientes en coronas. “Dallas” se ha transformado en «Los Soprano», y algunos estadounidenses están hablando de una segunda guerra civil, cuyo campo de batalla, aparentemente, será Twitter.
Así que, relájense, siéntense y disfruten del espectáculo en el final de temporada de … «Occidente Bananero».
Cuando los trozos del pastel económico se vuelven cada vez más pequeños para todos, se amplifican los temores y los odios radicales. Las aparentes divisiones —ricos contra el resto, blancos contra no blancos, chinos contra americanos, misóginos contra feministas, xenófobos contra internacionalistas, la élite contra los populistas, lo radical contra lo reaccionario, el COVID-19 contra todos, etc.— se amplifican hasta el paroxismo.
Lo que la gente no se da cuenta es que, en realidad, estas diferencias, alimentadas por los medios, solo son una distracción que sirve para evitar que el pueblo se concentre en el tema principal: el sistema oligárquico en sí … y se unan para derribarlo y reemplazarlo por uno que sirva a las personas y al planeta.
Tómense un momento, respiren hondo y pónganse los auriculares. Bloqueen todo el ruido exterior. En capítulos anteriores vimos que:
Derecha contra Izquierda es básicamente Coca-Cola contra Pepsi (en EE. UU., para más chufla, incluso los colores combinan). Si presta atención a las políticas, estas no están separadas por grandes abismos. Difícilmente se trata de Adolf Hitler contra Karl Marx. Tiene muy poco que ver con la ideología, se trata de clientismo político. La ideología está muerta. ¿Cómo? ¿Realmente? Sí, realmente bien muerta. Y el resultado, para usted, es el mismo.
El capitalismo corporativo, durante el último medio siglo, ha creado una oligarquía que ha podrido la economía y está destruyendo la capacidad de la Tierra para sobrevivir de manera sostenible. Derecha o izquierda, ambas, son propiedad y están en deuda con la élite corporativa que gobierna los países occidentales. Izquierda o derecha, ambas, sirven al poder financiero y al imperio industrial y militar occidental, y ambas, juntas, aplastan a cualquier partido o persona que se atreva a cuestionar u oponerse al capitalismo corporativo. Cuentan con la ayuda de las grandes corporaciones mediáticas, el principal brazo de propaganda de la élite gobernante y promotor de la economía capitalista desbocada.
De hecho, he llegado a la conclusión de que las elecciones existen principalmente para dar la apariencia de democracia y, al mismo tiempo, frustrar la democracia real. Dividen a las personas en una de dos operaciones comerciales impulsadas por el capitalismo, izquierda o derecha, demócratas o republicanos. Las elecciones solo sirven para que se inviertan miles de millones en los medios corporativos para comprar propaganda y, una vez bien pagadas, las corporaciones mediáticas se aseguran de que solo los dos partidos de la oligarquía reciban una cobertura positiva.
Las elecciones son entonces esenciales para el continuo control social y político por parte de la élite empresarial a través de su sistema de oligarquía bipartidista. La mayoría de los votantes no vota, probablemente porque ven que el proceso no sirve a sus intereses, pero no hay unidad de opinión y ciertamente no hay construcción de movimientos entre los no votantes. Hasta el momento.
Es un sistema de control y saqueo simplista pero muy eficaz, ante el cual, la mayoría de las personas, se sienten impotentes y, por lo tanto, responden no votando. Por otra parte, los votantes de derechas odian a los de izquierdas y viceversa, mientras los superricos se revuelcan por el suelo en una risa homérica, pues su control y poder aumentan, gane quien gane, se vote o no se vote. La pandemia de COVID ha sido una inyección de esteroides para las divisiones mencionadas más arriba, colapsando, al mismo tiempo, pequeñas empresas y arrojando a decenas de millones de trabajadores y de clase media a una depresión económica y psíquica. Para la élite, la pandemia ha hecho más fácil el robo y saqueo masivo, ya que han podido devorar cada vez más control y riqueza tanto del sector gubernamental como del privado.
Siempre tenga presente que la izquierda (o los demócratas en EE. UU.) no son realmente un partido de oposición a la derecha, en ningún sentido, ya que ambos partidos sirven a los oligarcas corporativos que los financian y poseen. Y es, precisamente, que la ineptitud de la izquierda y su incapacidad para luchar eficazmente contra la derecha se debe al hecho de que, en última instancia, esta también sirve al sistema financiero y capitalista que empobrece a la gente y a la naturaleza, mientras enriquece a una pequeña élite.
Occidente, hoy día, es una telenovela sin sentido ambientada en diferentes repúblicas y reinos bananeros. ¿Puede haber algo más de culebrón que un playboy y magnate inmobiliario —que se convirtió en una estrella de “reality shows” y que no es lo suficientemente consciente de sí mismo como para darse cuenta de lo poco “cool” que son sus cortes de pelo— ganase la nominación del Partido Republicano y luego fuese debidamente elegido como el 45º Presidente de los Estados Unidos? Joer … solo falta Betty, la fea.
No importa. La oligarquía bipartidista siempre proveerá una gran lata de laca para el pelo, junto con un cepillo de cabello grueso para obtener esa onda perfecta y una botella de bronceador en tono mandarina. Venga quien venga.
Bueno, va a comenzar el último capítulo. En el anterior, “el J.R. de Mar-a-Lago” quería comprar Groenlandia. No tiene sentido, cuando hoy puede obtener Inglaterra gratis. Uno debe tener un corazón de piedra para presenciar la muerte de este país sin reírse. Aún, la desintegración lograda por una administración incompetente me hace reír —claramente mi corazón no es lo suficientemente duro. A ver qué pasa.
Sentémonos todos a relajarnos y ver el clímax de esta temporada de «Occidente Bananero».
Antes de que empiece, voy al frigorífico. ¿Qué prefiere? ¿Coca-Cola o Pepsi?
Nota: Leer demasiadas noticias políticas es malo para su bienestar.
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Ayer, cuando la conocí siendo aún joven, sentía que su vida no había comenzado, que la «vida» siempre estaba programada para arrancar la próxima semana, el próximo mes, el próximo año, después de las vacaciones, en cualquier momento. Ella presumía de ser el tipo de chica que era completa en sí misma, cómoda en la soledad, serena. Pero ella era, como tantas otras, todo lo opuesto. Cada instante sola, temía la omisión dentro de ella, como si pudiera expandirse y cancelarla. Anhelaba una presencia a su lado, cualquier presencia. Yemas de mil dedos que iluminasen su nuca y alguna voz con la que encontrarse en la oscuridad. Alguien que esperaría con un paraguas para llevarla a su casa bajo la lluvia y que sonreiría como el sol cuando la viera venir. Quién bailaría con ella en su balcón, cumpliría sus promesas y conocería sus secretos, y crearía un mundo diminuto donde sea que estuviera, solo con ella y sus brazos y sus susurros y su confianza.
Hoy, es una de esas muchas mujeres que sospechan que todo el mundo brincaría de gozo ante la oportunidad de traicionarlas y que, cuando te llaman amigo, dicen … «amigo«, entre comillas que indican que no están seguras de la legitimidad que las rodea. Habita en ese claroscuro, antesala de la noche, en la que las facultades de las que siempre ha dependido empiezan a colapsar, alarmantemente débil e incompleta, cada vez más dependiente de los demás y de un mundo incierto para lo que sea que pudiese lograr; pero aún nunca pone ninguna objeción real ante cualquier novel príncipe, no totalmente convencida de que la «Persona para Siempre» no se encuentra a la vuelta de la esquina. Ya no es joven, y su vida programada no ha llegado. Tantos años intentando ponerse de acuerdo con ser diferente y con estar tan viva, tan intensa, que hoy le resulta cada vez más difícil mantener la postura de la autosuficiencia emocional, acostada en su cama, acunándose en sus propios brazos. Incapaz de mantener por más tiempo la apariencia de equilibrio, lucha la batalla equivocada contra la sensación de ser cada vez más invisible, y acelera, en el intento, el irreversible proceso de convertirse en una muñeca rota. Así, hace cada día más difícil para un hombre vivir con ella, a menos que él sea terriblemente fuerte. Y si él es más fuerte que ella, es ella quien no ha de vivir con él.
Y mientras tanto, jugando en su contra [y en la mía], el tiempo realiza su trabajo inmemorial de hacer que todos nos veamos y sintamos como una mierda.
Me lo traje de la tierra donde Braveheart restableció las credenciales anti-inglesas entre los millones de ignorantes que aprenden historia en la televisión. Escocia. Si le gustara la sardana, vendría de Cataluña. Por las mismas razones.
Y mientras pienso en el paralelismo entre Braveheart y Puigdemont, se me ocurre, no lo había pensado, que pierdo demasiado tiempo leyendo. Se más cosas que no me hacen ganar dinero que nadie que conozca. No lo había pensado, porque, como los italianos, los españoles rara vez pensamos, es la gloria y la ruina de nuestras civilizaciones [no mencionemos aquí a los argentinos, una mezcla de ambos]. Los alemanes, en cambio, planean en invierno sus deposiciones en Ibiza en verano, y los británicos, como en las dos guerras, planean todo después de que ha sucedido, por lo que siempre parece que todo salió como pretendían. Los franceses planean en la verdad del vino, por lo que nadie les toma en serio.
Tanta información [improductiva] hace que me pase la vida luchando para que personas un poco más estúpidas que yo acepten verdades que los grandes hombres conocen perfectamente. Porque los grandes hombres son demasiado grandes para ser molestados. Ellos están ocupados buscando mundos con vida extraterrestre. Cosas serias. Nosotros solo somos empujadores. Empujamos una gran roca montaña arriba. La roca debe ser la verdad, que los grandes hombres conocen por instinto, y la montaña, seguramente, es la estupidez humana.
Mi roca es más pesada porque todas mis historias comienzan con algo así como: “En primer lugar, …” cuando la mayor parte del público prefiere la entrada clásica: “En segundo lugar, …” simplemente obviando lo que sucedió primero. De ese modo, las Torres Gemelas se desplomaron porque los árabes son unos criminales y Mahatma Gandhi se convierte en el responsable de las tragedias de los británicos; y el mundo, así, continua en armonía.
Mi gato ha maullado rompiendo los 5 minutos de silencio.
Él, como los grandes hombres, no tiene tiempo para lo obvio. Hagámosle un té pues. Una taza de té es la respuesta a todos los problemas. Al menos los del gato. Y los de los británicos.
¿Qué al intentar cazar una mosca, se cayó del armario? Buena taza de té para el gato.
¿Qué hasta el más mínimo detalle mecánico y emocional se conjuraron para llevarte por delante una farola que se encontraba oculta detrás de una familia? Buena taza de té y una galleta, para usted.
¿Qué la lava se ha instalado en el salón de tu casa en la ladera del volcán? Dos tazas de té [una para el gato] y un trozo de tarta —posiblemente, en este caso, aprovechando la ocasión, una opción sabrosa también sería bienvenida, por ejemplo: un pincho de salchicha a la brasa.
Y mientras, mi gato se toma su tiempo. En la antigüedad, los gatos eran adorados como dioses. Este “gallus” bastardo no lo ha olvidado.
El Reino Unido y los Estados Unidos encuentran todo tipo de aplicaciones para sus habilidades en «inteligencia» cuando se trata de fomentar problemas —obviamente, todo por el bien común de la democracia y los derechos humanos—, incluso hasta capacitar y equipar a terroristas moderados, yihadistas humanitarios y todo tipo de personajes a los que les encanta cortar cabezas, destripar personas, violar mujeres y, en general, mantener los más altos estándares de los valores democráticos.
La participación de Estados Unidos en este lío sangriento en el Medio Oriente es comprensible: está mal, a menudo es criminal, pero es comprensible. Superpotencia ra-ra-ra, el «mejor amigo» de Israel y toda la mierda de esta naturaleza; pero el Reino Unido metido a esto es un ente jocoso. Tratar de abordar la congoja del fantasma del Gran Imperio del Pasado, tan desesperadamente, resulta cómico. No se equivoquen, London City, los bancos, toda esta gloria del sol que nunca se pone sobre el imperio, la final de la Premier League … trate de contrarrestar esto … la mejor liga, sin lugar a dudas, del mundo, mucho mejor que La Liga o la Bundesliga, eso no se les puede negar, Londres todavía conserva su grandeza victoriana en algunos lugares —donde todavía pueden mantener al menos algunas normas aceptables de seguridad pública y saneamiento—; pero la letra está grabada en el muro. No importa cuán legendarios y queridos sean el Manchester United, el Liverpool o el Chelsea, para muchos, en todo el mundo, el Reino Unido es un caso perdido económica, cultural y militarmente.
Londres, que —por ahora— puede tener algo de dinero, no tiene una subjetividad internacional real y se halla en una búsqueda perpetua de ese [dopamina-inducido] sentimiento de importancia personal. Y si es pretendiendo que el Reino Unido adquiere dicha importancia mediante el apoyo a todo tipo de basura humana, estoy seguro de que los herederos de la gloria de James Bond lo harán —manteniendo entumecido su labio superior—. No sé si se dan cuenta en el número 10 de Downing Street que son patéticos, pero la realidad del Reino Unido es simplemente triste: se está convirtiendo rápidamente en un estado totalitario que se ahoga en la corrección política y su economía está hecha jirones:
Londres (CNN Business) — La producción económica del Reino Unido se contrajo un 20,4 % en el segundo trimestre de 2020, la peor caída trimestral registrada, lo que empujó al país a la recesión más profunda de cualquier economía mundial de importancia. Esta caída del PIB en el período abril-junio, en comparación con el primer trimestre, es la peor desde que comenzaron los registros trimestrales en 1955. Las industrias más expuestas a las medidas de bloqueo del gobierno para contener la pandemia de coronavirus (servicios, producción y construcción) registraron caídas récord.
Si se descartan algunas marcas famosas de fabricantes del Reino Unido, como Rolls-Royce, que sigue siendo relevante, o algunos otros elementos aeroespaciales vinculados a BAE Systems, hay francamente muy poco que hablar sobre lo que produce el Reino Unido o lo que pueda tener algún impacto global que sea comercial por su competitividad. Los tiempos de la industria aeroespacial nacional, gloriosa, altamente relevante y viable en Gran Bretaña se han esfumado para siempre, el Reino Unido ya no puede producir, con sus propios recursos y talento, un avión de combate de clase mundial, ni tampoco puede hacerlo con un avión comercial, ya que están totalmente integrados en la «familia» de Airbus con una participación del 20%, y con el otro 80% perteneciendo a EADS, Qué más, qué más … Ah, las Fuerzas Armadas Británicas son un chiste. Hoy en día, el ejército británico cuenta con la friolera de 79.000 efectivos regulares y se está preparando para abandonar los tanques como un elemento viable de armas combinadas. La una vez gloriosa y legendaria Royal Navy tal vez tenga suficientes barcos y submarinos para enseñar la bandera y, tal vez, ganar otra campaña en las Malvinas contra un poder extremadamente inferior, dado que sus dos portaaviones podrán desplegar suficientes F-35B en este teatro, pero eso es todo. En otras palabras, el Reino Unido es una charca estancada militar y económicamente, y lo digo con cierto pesar. Yo, como muchos otros, crecí con una gran literatura británica y, de hecho, una contribución británica masiva y única en la ciencia, la cultura y otros campos de la actividad humana. Vamos, crecimos con los Beatles, Deep Purple y algunas películas británicas extravagantes y maravillosas. Al final, Gran Bretaña fue el segundo aliado más importante de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Aquella Gran Bretaña ya no existe.
La balanza comercial del Reino Unido es 130 mil millones de libras, en negativo, el nombre de niño más popular en Londres es Mohamed y, en general, las cosas se ven tan … prometedoras … para este reino, una vez próspero, que la desesperación está en el aire. Entonces, ¿qué queda? Bien, intenta jugar a los juegos de los adultos, ponte en modo chihuahua y métete en medio de la pelea de mastines. ¿Cómo? Fácil, acabas de leerlo: crea un cierto hedor para que todos noten que eres relevante, que todavía puedes influir en los eventos del mundo y esto puede hacer que el dolor del fantasma de la grandeza desaparecida sea menos agudo. En cuanto a cientos de miles de muertos y millones de desplazados, ningún precio es demasiado alto, siempre que sea por un «bloody» bien superior.
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Andrei Martyanov – Extracto del post Phantom Pains – Traducción de Dugutigui
Como la conciencia exige un tipo de dedicación que la cultura occidental ya no nos permite, la sociedad se las arregla para ayudarnos a olvidar, y el hombre moderno bebe y se droga hasta perder dicha conciencia, o se pasa el tiempo comprando, que es lo mismo.
Somos consumidores, subproductos de una obsesión por un estilo de vida implantado desde la cuna. Asesinato, crimen, pobreza, estas cosas, realmente, no nos conciernen. Lo que nos preocupa son las celebridades, la televisión con fútbol y el nombre de algún americano en mis calzoncillos.
El subtexto del 99% de la publicidad de los productos de consumo es este:
«Eres inapropiado, feo, hortera, coñazo, tonto, inculto, hipócrita y sobras… pero nuestro producto puede arreglarlo».
En este estado de consumismo total, es decir, un estado de dependencia ante cosas y servicios e ideas y motivos, que hemos olvidado cómo proporcionarnos a nosotros mismos, los anuncios fomentan un sentido de ansiedad sobre algún aspecto de nuestras vidas, para recordarnos la sensación de que falta algo, pero que el vacío se puede disipar «¡ por sólo 19,95 € !».
El punto obvio es que si algo dentro de esta basura realmente rectificara el vacío existencial que la gente trata desesperadamente de eliminar de sus vidas, automáticamente dejarían de comprar (o de drogarse).
Ningún televisor con una resolución imperceptiblemente más alta, una nueva versión de un perfectamente funcional móvil, la batamanta, tetas de silicona, el apartamento en la paya, un nuevo guardarropa que no será “elegante” el año que viene, fruta de plástico, cremas para la piel, rosario electrónico… Ninguna cantidad de acumulación externa puede resolver problemas de conciencia y conflictos internos.
Somos una sociedad de gente notoriamente infeliz: solitaria, ansiosa, deprimida, destructiva, dependiente; consumiéndose en forma de imágenes y abstracciones a través de las cuales nuestros deseos, frustraciones, sentido de identidad y recuerdos se replican y luego se nos venden como productos.
AMOR, NIHILISMO OCCIDENTAL Y OPTIMISMO REVOLUCIONARIO
¡Cuán terriblemente deprimente se ha vuelto la vida en casi todas las ciudades occidentales! Qué horrible y triste.
No es que estas ciudades no sean ricas; que lo son. También es seguro que las cosas se están deteriorando, que las infraestructuras se desmoronan y hay signos de desigualdad social, incluso de miseria, en cada esquina. Pero si se compara con casi todas las demás partes del mundo, la riqueza de las ciudades occidentales todavía resulta impactante, casi grotesca.
Aun así, parece que la opulencia no garantiza satisfacción, felicidad u optimismo. Pase un día entero caminando por Londres o París y preste especial atención a la gente: en repetidas ocasiones tropezará con el comportamiento pasivo agresivo, con la frustración y las miradas abatidas, desesperadas, con la tristeza omnipresente.
En todas esas ciudades que alguna vez fueron [imperialistamente] grandes, lo que falta es vida. La euforia, la calidez, la poesía y, sí, el amor, escasean allí.
Dondequiera que camino, en cualquier parte, los edificios son monumentales y las boutiques rebosan de mercancías elegantes. Por la noche, las radiantes luces brillan intensamente. Sin embargo, los rostros de las personas son grises. Incluso cuando forman parejas, o cuando están en grupos, los seres humanos parecen estar completamente atomizados, como esculturas de Giacometti.
Habla con la gente y lo más probable es que encuentres confusión, depresión e incertidumbre. El sarcasmo «refinado» y, a menudo, la falsa cortesía urbana, son como finas vendas que intentan disimular las ansiedades más espantosas y la soledad completamente insoportable de esas almas humanas «perdidas«.
La falta de propósito está entrelazada con la pasividad. En Occidente, cada vez es más difícil encontrar a alguien que esté verdaderamente comprometido política, intelectual o incluso emocionalmente. Los grandes sentimientos ahora se consideran aterradores; tanto hombres como mujeres los rechazan. Los grandes gestos son cada vez más menospreciados, incluso ridiculizados. Los sueños se están volviendo pequeños, tímidos y siempre «con los pies en la tierra» —y aun estos son últimamente bien escondidos. Incluso soñar despierto se ve como algo «irracional» y obsoleto.
Para un extraño que viene de lejos, parece un mundo triste, antinatural, brutalmente restringido y, en gran medida, lamentable.
Decenas de millones de hombres y mujeres adultos, algunos bien educados, «no saben qué hacer con sus vidas«. Toman cursos o «vuelven a la escuela» para llenar el vacío y «descubrir lo que realmente quieren hacer«. Todo es egoísta, ya que no parece haber mayores aspiraciones. La mayoría de los esfuerzos comienzan y terminan con cada individuo en particular.
Ya nadie se sacrifica por los demás, por la sociedad, por la humanidad, por la causa, ni siquiera por la «otra mitad«. De hecho, incluso el concepto de «otra mitad» está desapareciendo. Las relaciones son cada vez más «distantes«, cada persona busca su «espacio«, exigiendo independencia incluso dentro de la unión. No hay «dos mitades«; en cambio, hay «dos individuos completamente independientes«, que coexisten en una proximidad relativa, a veces tocándose físicamente, a veces no, pero sobre todo solos.
En las capitales occidentales, el egocentrismo, incluso la obsesión total por las necesidades personales, se lleva a un extremo surrealista.
Psicológicamente, solo se puede describir como un mundo retorcido y patológico.
Rodeadas por esta extraña pseudorealidad, muchas personas, por lo demás sanas, eventualmente se sienten, o incluso se vuelven, mentalmente enfermas. Luego, paradójicamente, se embarcan en la búsqueda de «ayuda profesional«, para poder volver a unirse a las filas de los ciudadanos «normales«, o sea «completamentesometidos«. En la mayoría de los casos, en lugar de rebelarse continuamente, en lugar de librar guerras personales contra este estado de cosas, los individuos que todavía son, al menos en cierta medida, diferentes, se asustan tanto por estar en minoría que se rinden, se rinden voluntariamente y se identifican a ellos mismos como «anormales«.
Las breves chispas de libertad que experimentan quienes todavía son capaces de actuar al menos con un poco de imaginación, de soñar con un mundo real y natural, se apagan rápidamente.
Luego, en un breve instante, todo se pierde irreversiblemente. Puede parecer una película de terror, pero no lo es, es la verdadera realidad de la vida en Occidente.
No puedo funcionar en un entorno así durante más de unos días. Si fuese forzado, podría permanecer en Londres o París durante dos semanas como máximo, pero solo si operase en algún «modo de emergencia«, sin poder escribir, crear y funcionar «normalmente«. No puedo imaginar «estar enamorado» en lugares como esos. No puedo imaginarme allí escribiendo un ensayo revolucionario. No puedo imaginar reírme, a carcajadas, feliz, libremente.
Mientras trabajo brevemente en Londres, París o Nueva York, la frialdad, la falta de propósito y la falta crónica de pasión y de todas las emociones humanas básicas tiene un efecto tremendamente agotador en mí, descarrilando mi creatividad y ahogándome en dilemas existencialistas inútiles y patéticos.
Después de una semana allí, simplemente comienzo a dejarme influenciar por ese terrible entorno: empiezo a pensar en mí mismo en exceso, «escuchando mis sentimientos«, en lugar de considerar los sentimientos de los demás. Mis deberes hacia la humanidad se descuidan. Dejo en espera todo lo que de otra manera considero esencial. Mi filo revolucionario pierde su nitidez. Mi optimismo comienza a evaporarse. Mi determinación de luchar por un mundo mejor comienza a debilitarse.
Ahí es cuando lo sé: es hora de correr, de huir. ¡Rápido, muy rápido! Es hora de salir del rancio pantano emocional, cerrar la puerta detrás del burdel intelectual y escapar del terrible sinsentido que está salpicado de vidas heridas e incluso desperdiciadas.
No puedo luchar por esa gente desde dentro, solo desde fuera. Nuestra forma de pensar y sentir no coincide. Cuando salen y visitan «mi universo«, traen consigo prejuicios resistentes: no registran lo que ven y oyen, se apegan a aquello con lo que fueron adoctrinados durante años y décadas.
Para mí, personalmente, no hay muchas cosas importantes que pueda hacer en las ciudades occidentales. De vez en cuando vengo a firmar uno o dos contratos de libros, al estreno de mis películas o a dar una breve charla en alguna universidad, pero no veo ningún sentido en hacer mucho más. En Occidente, es difícil encontrar una lucha significativa. La mayoría de las luchas no son internacionalistas; son, en cambio, egoístas, de naturaleza occidental. Casi no queda verdadero coraje, capacidad de amar, pasión y rebelión. En un examen más detenido, en realidad no hay vida allí; no hay vida como la percibíamos los seres humanos y como todavía la entendemos en muchas otras partes del mundo.
El nihilismo gobierna. ¿Fue este estado mental, esta enfermedad colectiva algo que el régimen ha infligido a propósito? No lo sé. Todavía no puedo responder a esta pregunta. Pero es fundamental preguntarse y tratar de comprenderlo.
Sea lo que sea, es extremadamente eficaz, negativamente eficaz pero eficaz de todos modos.
Carl Gustav Jung, el psicólogo y psiquiatra suizo de renombre, diagnosticó la cultura occidental como «patológica«, justo después de la Segunda Guerra Mundial. Pero en lugar de tratar de comprender su propia condición abismal, en lugar de intentar mejorar, incluso convertirse en algo bueno, la cultura occidental está hecha para expandirse, para extenderse rápidamente a muchas otras partes del mundo, contaminando peligrosamente sociedades y naciones saludables.
Tiene que ser detenida. Lo digo porque amo esta vida, la vida, que todavía existe fuera del reino occidental; Estoy ebrio, obsesionada con ella. La vivo al máximo, con gran deleite, disfrutando cada momento de ella.
Conozco el mundo, desde el «Cono Sur» de América del Sur, hasta Oceanía, Oriente Medio y los rincones más olvidados de África y Asia. Es un mundo verdaderamente tremendo, lleno de belleza, diversidad y esperanza.
Cuanto más veo y sé, más me doy cuenta de que absolutamente no puedo existir sin una lucha, sin una buena lucha, sin grandes pasiones y amor, y sin un propósito; básicamente sin todo lo que Occidente está tratando de reducir a la nada, volverlo irrelevante, obsoleto y ridículo.
Todo mi ser se rebela contra el terrible nihilismo y el oscuro pesimismo que está siendo inyectado en casi todas partes por la cultura occidental. Soy violentamente alérgico a él. Me niego a aceptarlo. Me niego a sucumbir a eso.
Veo gente, buena gente, gente con talento, gente maravillosa, contaminándose, arruinando sus vidas. Los veo abandonando grandes batallas, abandonando sus grandes amores. Los veo eligiendo el egoísmo, su «espacio» y «sentimientos personales«, sobre el afecto profundo y la inseparabilidad, optando por carreras sin sentido en lugar de grandes aventuras y batallas épicas por la humanidad y por un mundo mejor.
Las vidas se están arruinando una por una, y por millones, en cada momento y cada día. Vidas que podrían haber estado llenas de belleza, llenas de alegría, de amor, llenas de aventuras, de creatividad y singularidad, de significado y propósito; pero que en cambio se reducen al vacío, a la nada, en resumen: a la total falta de significado. Las personas que viven así están realizando tareas y trabajos por inercia, respetando sin cuestionar todos los patrones de comportamiento ordenados por el régimen y obedeciendo innumerables leyes y reglamentos grotescos.
Ya no pueden caminar por sus propios medios. Se han hecho completamente sumisos. Se acabó para ellos.
Eso se debe a que el coraje de la gente de Occidente se ha roto, porque han sido reducidos a una multitud de súbditos obedientes, sumisos a un Imperio destructivo y moralmente difunto.
Han perdido la capacidad de pensar por sí mismos. Han perdido el valor de sentir.
Como resultado, debido a que Occidente tiene una influencia tan enorme en el resto del mundo, la humanidad entera está en grave peligro, está sufriendo y está perdiendo su porte natural.
En una sociedad así, una persona desbordante de pasión, una persona plenamente comprometida y fiel a su causa, nunca podrá ser tomada en serio, dado que, en una sociedad como esta, solo se acepta y se respeta el nihilismo y el cinismo profundo.
En una sociedad así, una revolución o rebelión difícilmente podría ir más allá del pub o del sofá de la sala de estar.
Una persona, que todavía es capaz de amar en un entorno tan estreñido y retorcido emocionalmente, suele ser visto como un bufón, incluso como un «elemento sospechoso y siniestro«. Es común que él o ella sean ridiculizados y rechazados.
Las masas obedientes y cobardes odian a los diferentes. Desconfían de las personas que se mantienen erguidas y que todavía son capaces de luchar, las personas que saben perfectamente bien cuáles son sus objetivos, las personas que actúan y no solo hablan, y a las que les resulta fácil dedicar toda su vida, sin la menor vacilación, a postrarse a los pies de una persona amada o una causa honorable.
Estos individuos aterrorizan e irritan a las multitudes suaves, sumisas y superficiales de las capitales occidentales y, como castigo, son abandonados, divorciados, condenados al ostracismo, exiliados socialmente y demonizados. Algunos terminan siendo atacados, incluso completamente destruidos.
El resultado es que no hay cultura, en ningún lugar de la Tierra, tan banal y tan obediente como la que ahora regula Occidente. Últimamente, nada de importancia intelectual revolucionaria fluye desde Europa y América del Norte, ya que apenas hay allí formas detectables de pensar o percepciones poco ortodoxas del mundo.
Los diálogos y debates fluyen solo a través de canales totalmente anticipados y bien regulados, y no hace falta decir que fluctúan solo marginalmente y a través de las frecuencias totalmente «pre-aprobadas«.
¿Qué hay al otro lado de la barricada?
No quiero glorificar a nuestros países y movimientos revolucionarios.
Ni siquiera quiero escribir que somos «exactamente lo opuesto» de toda esa pesadilla que ha sido creada por Occidente. No lo somos. Y estamos lejos de ser perfectos.
Pero estamos vivos; si no siempre bien, estamos de pie, tratando de hacer avanzar este maravilloso «proyecto» llamado humanidad, tratando de salvar a nuestro planeta del imperialismo occidental, su tristeza nihilista, así como del desastre ambiental absoluto.
Estamos considerando muchas formas diferentes de avanzar. Nunca hemos rechazado el socialismo y el comunismo, pero estamos estudiando varias formas moderadas y controladas de capitalismo. Se están debatiendo y evaluando las ventajas y desventajas de la llamada «economía mixta«.
Luchamos, pero como somos mucho menos brutales, ortodoxos y dogmáticos que Occidente, a menudo perdemos, como perdimos recientemente (y con suerte solo temporalmente) en Brasil y Argentina. También ganamos, una y otra vez. Mientras este ensayo se imprime, estamos celebrando en Ecuador y El Salvador.
A diferencia de Occidente, en lugares como China, Rusia y América Latina, nuestros debates sobre el futuro político y económico son vibrantes, incluso tormentosos. Nuestro arte está comprometido, ayudando a buscar los mejores conceptos humanistas. Nuestros pensadores están alerta, compasivos e innovadores, y nuestras canciones y poemas son geniales, llenos de pasión y fuego, rebosantes de amor y anhelo.
Nuestros países no le roban a nadie; no derrocan gobiernos en la otra parte del mundo, no emprenden invasiones militares masivas. Lo que tenemos es nuestro; es lo que hemos creado, producido y sembrado con nuestras propias manos. No siempre es mucho, pero estamos orgullosos de ello, porque nadie tuvo que morir por ello y nadie tuvo que ser esclavizado.
Nuestros corazones son más puros. No siempre son absolutamente puros, pero más puros que los de Occidente. No abandonamos a quienes amamos, incluso si caen, se lesionan o ya no pueden caminar. Nuestras mujeres no abandonan a sus hombres, especialmente a aquellos que están luchando por un mundo mejor. Nuestros hombres no abandonan a sus mujeres, incluso cuando están en un profundo dolor o desesperación. Sabemos a quién y qué amamos, y sabemos a quién y qué odiamos: en esto rara vez nos «confundimos«.
Somos mucho más sencillos que los que viven en Occidente. En muchos sentidos, también somos mucho más profundos.
Respetamos el trabajo duro, especialmente el trabajo que ayuda a mejorar las vidas de millones, no solo nuestras propias vidas o las vidas de nuestras familias.
Intentamos cumplir nuestras promesas. No siempre logramos mantenerlas, ya que solo somos humanos, pero lo estamos intentando y la mayoría de las veces lo estamos logrando.
Las cosas no siempre son exactamente así, como planeamos, pero a menudo lo son. Y cuando “las cosas son así”, significa que hay al menos algo de esperanza y optimismo y, a menudo, incluso una gran alegría.
El optimismo es fundamental para cualquier progreso. Ninguna revolución podría triunfar sin un tremendo entusiasmo, así como ningún amor podría lograrlo. Ninguna revolución y ningún amor podrían construirse sobre la depresión y el derrotismo.
Incluso en medio de las cenizas a las que el imperialismo ha reducido nuestro mundo, un verdadero revolucionario y un verdadero poeta pueden encontrar al menos alguna esperanza. No será fácil, nada fácil, pero definitivamente no es imposible. Nada se pierde en esta vida, mientras nuestros corazones sigan latiendo.
El estado en el que se encuentra nuestro mundo en este momento es terrible. A menudo se siente que un paso más en la dirección equivocada, otro giro en falso, y todo finalmente colapsará, irreversiblemente. Es fácil, extremadamente fácil, darse por vencido, arrojar todo al aire y aterrizar en un sofá con un paquete de seis cervezas, o simplemente declarar «no hay nada que se pueda hacer«, y luego reanudar la rutina de la vida sin sentido.
El nihilismo occidental ya ha hecho su devastador trabajo: ha llevado a decenas de millones de seres pensantes a sus proverbiales sofás del derrotismo. Ha extendido el pesimismo y la tristeza, y la creencia generalizada de que las cosas nunca podrán mejorar más. Ha llevado a la gente a negarse a «aceptar etiquetas«, a rechazar las ideologías progresistas y a una desconfianza patológica de cualquier tipo de poder. El lema «todos los políticos son iguales» podría traducirse claramente en lo siguiente:
«Todos sabemos que nuestros gobernantes occidentales son gánsteres, pero no esperamos nada mejor de los de otras partes del mundo». «Todas las personas son iguales», lo que se puede traducir: «Occidente ha saqueado y asesinado a cientos de millones, pero no espere nada mejor de los asiáticos, latinoamericanos o africanos».
Este irracional y cínico negativismo, que ha domesticado a prácticamente todos los países de Occidente, se ha exportado con éxito a muchas colonias, incluso a lugares como Afganistán, donde la gente ha estado sufriendo incesantemente los crímenes cometidos por Occidente.
Su objetivo es evidente: evitar que las personas actúen y convencerlas de que cualquier rebelión es inútil. Tales actitudes están ahogando brutalmente todas las esperanzas.
Mientras tanto, aumentan los daños colaterales. Las metástasis de la pasividad y los cánceres nihilistas de esta propaganda del régimen occidental ya están atacando incluso la capacidad más humana que es amar, comprometerse con una persona o con una causa y cumplir con los compromisos y obligaciones de uno.
En Occidente y en sus colonias, el coraje ha perdido todo su brillo. El Imperio ha logrado invertir toda la escala de valores humanos, que se encontraba firme y naturalmente en todos los continentes y en todas las culturas, durante siglos y milenios. De repente, la sumisión y la obediencia se han puesto de moda.
A menudo se siente que, si la tendencia no se revierte pronto, las personas comenzarán a vivir cada vez más como ratones: constantemente asustados, neuróticos, poco confiables, deprimidos, pasivos, incapaces de identificar la verdadera grandeza y poco dispuestos a unirse a quienes todavía están tirando hacia adelante de nuestro mundo, de nuestra humanidad.
Se van a desperdiciar miles de millones de vidas. Ya se están desperdiciando miles de millones de vidas.
Algunos escribimos sobre invasiones, golpes de Estado y dictaduras impuestas por el Imperio. Sin embargo, casi nada se está escribiendo sobre este tremendo y silencioso genocidio que está rompiendo el espíritu y el optimismo humanos, arrojando a naciones enteras a una oscura depresión y pesimismo. Pero está sucediendo, incluso mientras se escriben estas líneas. Está sucediendo en todas partes, incluso en lugares como Londres, París y Nueva York o, más de manera precisa, especialmente allí.
En esos lugares desafortunados, el miedo a las grandes emociones ya está profundamente arraigado. La originalidad, el coraje y la determinación evocan ahora miedo. El gran amor, los grandes gestos y los sueños poco ortodoxos se observan con pánico y desconfianza.
Pero ningún progreso, ninguna evolución es posible sin formas de pensar totalmente fuera de lo convencional, sin espíritu revolucionario, sin grandes sacrificios y disciplina, sin compromiso y sin ese conjunto de emociones más poderosas y atrevidas que se llama amor.
Los demagogos y propagandistas del Imperio quieren hacernos creer que «algo se terminó«; quieren que aceptemos la derrota.
¿Por qué deberíamos? No se ve la derrota en ningún lugar del horizonte.
Sólo hay dos realidades separadas, dos universos, en los que nuestro mundo se ha hecho añicos: uno de nihilismo occidental, otro de optimismo revolucionario.
Ya he descrito el nihilismo, pero ¿qué me imagino cuando sueño con ese mundo mejor y diferente?
¿Me imagino banderas rojas y personas formando filas cerradas, cargando contra algunos palacios lujosos y bolsas de valores? ¿Escucho canciones revolucionarias ruidosas a todo volumen desde los altavoces?
En realidad, no lo hago. Lo que me viene a la mente es esencialmente muy tranquilo y natural, humano y cálido.
Hay un parque cerca de la antigua estación de tren de la ciudad de Granada, Nicaragua. Lo visité hace algún tiempo. Allí, varios árboles viejos arrojan sombras fantásticas sobre el suelo, proporcionando una umbría deseable. En unas pocas columnas grandes de metal están grabados los poemas más hermosos jamás escritos en este país, mientras que entre ellas se encuentran simples pero sólidos bancos de parque. Me senté en uno de ellos. No muy lejos de mí, un par de amantes ancianos estaban cogidos de la mano, leyendo, mejilla con mejilla, de un libro abierto. Estaban tan cerca que parecían estar formando un universo simple y totalmente autosuficiente. Sobre ellos estaban los brillantes versos escritos por Ernesto Cardenal, uno de mis poetas latinoamericanos favoritos.
También recuerdo a dos médicos cubanos, sentados en un banco muy diferente, a miles de kilómetros de distancia, charlando y riendo junto a dos enfermeras corpulentas de buen corazón, luego de realizar una compleja cirugía en Kiribati, una nación insular ‘perdida‘ en medio del Pacífico Sur.
Recuerdo muchas cosas, pero nunca son monumentales, solo humanas. Porque eso es lo que creo que realmente es la revolución: una pareja de campesinos envejecidos en un hermoso parque público, ambos enamorados, tomados de la mano, leyéndose poesía. O dos médicos que viajan al fin del mundo, solo para salvar vidas, lejos del centro de atención y de la fama.
Y siempre recuerdo a mi querido amigo Eduardo Galeano, uno de los más grandes escritores revolucionarios de América Latina, hablándome, en Montevideo, sobre su eterno amor por su maravillosa dama llamada “Reality”.
Entonces pienso: no, no podemos perder. No vamos a perder. El enemigo es poderoso y mucha gente se encuentra débil y asustada, pero no permitiremos que el mundo se convierta en un manicomio. Lucharemos por todas y cada una de las personas que se han visto afectadas y ahogadas en la tristeza.
Expondremos la anormalidad y la perversidad del nihilismo occidental. La combatiremos con nuestro entusiasmo y optimismo revolucionarios, y usaremos las mejores armas, como la poesía y el amor.
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Amor, Nihilismo Occidental Y Optimismo Revolucionario – Andre Vltchek (29 Diciembre 1963 – 22 Septiembre 2020) fue un filósofo, novelista, cineasta y periodista de investigación. Cubrió guerras y conflictos en decenas de países. Descanse en Paz.
No escribo mucho, no por no saber qué decir. Mi parálisis es más bien todo lo contrario: tengo tantas cosas que decir que es difícil decidir por dónde empezar y me abruma el tamaño de la tarea. En consecuencia, normalmente, prefiero disfrutar de un buen vino, un buen libro e irme a dormir —y no tener que volver a pensar en escribir.
No me motiva el querer decir algo, escribo porque tengo algo que decir, y la cantidad de cosas que siento necesidad de trasmitir me intimida, no por considerarme una especie de mente privilegiada y perspicaz cuyo pensamiento sea fundamental para la humanidad, sino porque soy consciente de mí mismo como una persona viviendo en un tiempo histórico. Hay mil cosas que necesito escribir porque hay mil cosas que hay que decir una y otra vez que no se dicen y yo soy alguien con un teclado mientras el reloj avanza inexorablemente.
Retroceder en el tiempo para visitar una época anterior siempre ha sido un fantástico experimento mental. Es un elemento básico de novelas, películas y programas de televisión de ciencia ficción y fantasía. ¿A quién no le gustaría volver y ver a los dinosaurios o ver el nacimiento del universo o conocer a sus tatarabuelos? ¿Qué podría salir mal?
Y lo que sería más importante, viajar a una era anterior para corregir un error, tomar una decisión diferente o incluso alterar por completo el curso de la historia. ¿Qué harías si te transportaran en el tiempo al año 1938, siendo consciente de los horrores que se estaban fraguando y teniendo la responsabilidad de hacer algo para detenerlos?
La respuesta simple sería «matar a Hitler» porque aparentemente sería una forma excepcionalmente eficaz de ayudar a la humanidad. Pero, si bien podría ser agradable fantasear con un siglo XX alternativo, libre de Hitler, este planteamiento específico no es particularmente instructivo para resolver nada, pues Hitler solo fue el producto de la acumulación de muchas circunstancias adversas anteriores.
Más interesante, quizás, sería pensar en lo que haríamos si nos instalásemos en 1900 y nos encargásemos de prevenir el inútil baño de sangre que fue la Primera Guerra Mundial. En la escuela nos han enseñado que fue el asesinato del archiduque Ferdinand lo que provocó el estallido de la Primera Guerra Mundial, pero ¿qué provocó el asesinato en sí? ¿Puede haber sido algo tan simple como un giro equivocado?
Entonces, ¿cómo una persona intrascendente, de talento limitado, con alguna observación previa de lo que ha tenido lugar y un poco de tiempo en sus manos? ¿cómo debería actuar para tratar de evitar que la civilización colapsara de nuevo en una masacre innecesaria?
Como no puedo cambiar el pasado y no me gusta a donde nos lleva la historia, no me queda otra que escribir la mía propia, sin tratar de editar mi alma según la moda. Más bien, siguiendo sin piedad mis obsesiones más intensas.
Y, aun así, posiblemente, el colapso y la masacre ya están escritos.
China ha experimentado reformas económicas masivas en las últimas décadas sin dejar de ser oficialmente comunista. El estado todavía tiene un poder tremendo sobre la economía, pero la empresa privada y los mercados dominan la vida diaria, por lo que la pregunta de si la economía china es técnicamente capitalista sigue sin respuesta.
Cuando la gente de hoy piensa en un país comunista, a menudo piensa en la República Popular China. Una vez conocida como promotora de la revolución comunista mundial, ahora es más conocida como la factoría del mundo y como una potencia con una influencia global cada vez más poderosa. Pero, aunque la mayoría de la gente sabe que China es comunista, no saben cómo funciona ese comunismo.
Los orígenes.
Después del establecimiento de la República Popular, Mao Tse Tung y su gobierno se pusieron a trabajar para establecer un sistema comunista en China. El sistema que instituyeron, conocido como Maoísmo, tenía bastante más que unos pocos problemas.
En su ávida búsqueda del socialismo al estilo soviético, Mao estableció el “Gran Salto Adelante” (nombre excesivamente entusiasta del segundo plan quinquenal) que resultó en la muerte de al menos 30 millones y quizás hasta 50 millones de chinos. Posteriormente instauró la “Revolución Cultural” de 1966-7, en la que murieron entre 3 y 5 millones adicionales. Este tipo de eventos terminaron solo con la muerte de Mao y el arresto de sus partidarios en la élite, en 1976. Mao dejó China atrasada y profundamente dividida.
Deng Xiaoping y el “Socialismo con características chinas”.
A finales de los 70, un moderado llamado Deng Xiaoping llegó al poder. Deng Xiaoping llevó a China en una dirección diferente, buscando crear una economía mixta en la que el capitalismo y el socialismo coexistieran bajo la tutela del Partido Comunista y ajustando constantemente la combinación adecuada. Su administración estuvo marcada por varias reformas económicas que denominó colectivamente «Socialismo con características chinas«.
La agricultura, parcialmente, dejó de ser colectiva y los agricultores obtuvieron el derecho a vender sus excedentes. Se crearon zonas económicas especiales donde se permitió la inversión extranjera y se redujo la regulación estatal. Los controles de precios se relajaron para las industrias urbanas. Se permitió que las empresas privadas volvieran a existir por primera vez en décadas. Se reabrió la Bolsa de Valores de Shanghái y se privatizaron muchas empresas estatales.
A diferencia de las reformas de Gorbachov en la URSS, muchas de ellas se probaron primero a nivel local y luego se aplicaron a China en su conjunto, después de que se demostró que funcionaban. Muchos observadores sostienen que esta es la razón por la que la reforma tuvo éxito en China mientras que fue desastrosa en la Unión Soviética.
A diferencia también de la URSS de Gorbachov, el Partido Comunista Chino ha actuado como el medio unificador que ha sabido controlar las diferencias entre los distintos factores étnicos que componen China, garantizado la integridad territorial del país e impidiendo un desmembramiento similar al de la URSS. Cabe destacar que esta faceta es perfectamente comprendido por la población china, lo que se traduce en un punto básico del apoyo generalizado de la población a su gobierno: Solo una China unida puede ser una China poderosa.
Desde el comienzo de estas reformas, China ha experimentado un crecimiento económico meteórico. Como resultado de este crecimiento, ha mejorado el nivel de vida de más de ochocientos millones de personas creando rápidamente la clase media más grande del planeta, la cual será el motor de la demanda de consumo interno a largo plazo. Paralelamente ha habido una considerable liberalización de la sociedad china en su conjunto, aunque ha sido menor de lo que los analistas occidentales predijeron en su día.
Actualmente, el ritmo de creación de riqueza en China ha alcanzado un nivel completamente nuevo. El número de chinos ricos ha superado por primera vez al número de estadounidenses ricos (según un informe de Credit Suisse), aunque Estados Unidos todavía está a la cabeza en lo que respecta a los súper-ricos, ya que estos representan el 40% de los súper-millonarios del mundo. Como anécdota asociada (que a más de un capitalista occidental le chocará), el impuesto personal (IRPF, en España) que paga un millonario chino (o de Hong Kong) representa el 17 % de sus ingresos, frente al 51% que paga un alemán o el 50,3% que paga un Californiano.
Mucha gente sostiene que estas reformas efectivamente abandonaron el comunismo en favor del capitalismo guiado por el estado, pero hay un método que otorga justificación ideológica. Xiaoping tomó prestado un capítulo del libro de instrucciones de Lenin y pudo mostrar cómo sus acciones estaban en línea con la teoría comunista aceptada.
En 1921, la economía soviética estaba sumida en graves problemas. Después de una guerra civil larga y brutal, la escasez de alimentos era común y las fábricas tenían dificultades para encontrar suficientes trabajadores debido a la cantidad de personas que se habían ido de las ciudades al campo. El descontento popular iba en aumento. Lenin, al tener que pensar rápido o arriesgarse al colapso de la nueva URSS, se apartó del comunismo de guerra y pasó a la «Nueva Política Económica«, también conocida como la «NEP«.
Este programa permitió cierto control privado sobre la economía, especialmente en la agricultura, y los empresarios conocidos como “hombres NEP” ganaron cantidades decentes de dinero dirigiendo pequeñas empresas en las áreas urbanas. Las industrias pesadas, la banca, el comercio y la minería permanecieron bajo control estatal. El sistema funcionó y, en 1928, la economía rusa se había recuperado del triple golpe de la Primera Guerra Mundial, la Revolución y la Guerra Civil.
Si bien los bolcheviques entendieron que se trataba de una nueva forma de capitalismo en lugar de un sistema socialista, Lenin argumentó que esto era aceptable. Señaló a Marx y sus argumentos de que “el comunismo solo era posible en países que habían alcanzado el nivel más alto de capitalismo”. La NEP fue simplemente un período de transición entre el sistema anterior a la guerra del régimen zarista y la futura utopía comunista que él presumía llegaría a suceder. Duró hasta 1928 cuando Joseph Stalin, inicialmente partidario del programa, lo abolió en favor de la planificación central.
El socialismo con características chinas tiene una motivación similar. Deng Xiaoping comprendió y admiró la NEP y se refirió a ella varias veces durante el proceso de reforma.
Entonces, ¿qué hace el estado chino hoy?
El gobierno chino todavía controla una gran parte de la economía. Las élites dominantes todavía están bajo el control estatal y existen monopolios gubernamentales en algunas industrias. Se emiten planes quinquenales, pero las metas son más amplias de lo que solían ser y la planificación directa de las metas de producción generalmente se limita a las empresas estatales. Ahora han sido redefinidas como «pautas» en lugar de «planes«.
Muchas empresas privadas pertenecen, al menos en parte, al Estado. Esta propiedad parcial es tan común que es difícil para algunos observadores decidir cuan grande es el sector privado en China. Otras empresas que están firmemente en manos privadas suelen asociarse o formar parte de un consorcio con el gobierno. A veces, esta asociación está escrita en sus estatutos. Todas las empresas privadas están obligadas por ley a tener una organización del partido en ellas, aunque hasta hace poco esto era principalmente un gesto simbólico.
¿Cómo funciona en la práctica?
Viví en China durante casi dos años y, con bastante frecuencia, me encontré buscando las diferencias entre el capitalismo occidental y el socialismo chino. Ni de cerca encontraba este último en Gran Hyatt Shanghái ni en su estacionamiento lleno de autos de lujo conducidos por playboys hijos de industriales bien conectados. Miré en los centros comerciales de lujo, en las tiendas de Chow Tai Fook o Louis Vuitton y tampoco pude encontrarlo allí. Ciertamente no se encontraba en la tienda de regalos detrás de la tumba de Mao Zedong. Mucho menos en la futurista ciudad de Shenzhen, más propia de un decorado de Blade Runner.
Hice mis operaciones bancarias en un banco estatal, pero la experiencia de hacer negocios allí fue la misma que en cualquier banco privado en Occidente. A menudo viajaba en un tren propiedad del estado y descubrí que podía ser de primerísima línea y muy lujoso o estar abarrotado y algo anticuado, dependiendo de la ruta que tomara. Compré en tiendas de conveniencia propiedad de mis vecinos a las que nunca les faltaba nada.
Y, por otra parte, aunque no celebraban (ni celebran) elecciones, los líderes comunistas de China respondían a la opinión pública. ¡Por supuesto que respondían! Un partido llevado al poder por una rebelión campesina conoce muy bien el potencial destructivo de la ira de los trabajadores. De este modo el régimen necesita un apoyo sólido de la clase media china y se protege contra la explosión social dirigiendo recursos e inversión hacia las zonas más marginales del país. De hecho, no hay que olvidar que, aunque Xi Jinping es hijo de quien alguna vez fue viceprimer ministro de China, con su padre purgado y en desgracia, fue enviado al campo en 1969, donde trabajó durante años como obrero en una comuna agrícola.
Pero en estos días, mientras luchamos por resolver el rompecabezas que es China, las cosas no están tan claras. Fusionando el control estatal de las alturas dominantes de la economía con una gran cantidad de inversión extranjera y un capitalismo regulado, la cuestión de si es un sistema capitalista o socialista no es fácil de responder. Sin embargo, puede que no importe mucho, ya que los líderes más recientes de China han sido más pragmáticos que ideológicos.
Deng Xiaoping una vez comparó el capitalismo y el socialismo con un gato blanco y uno negro y argumentó que «no importa si el gato es blanco o negro, siempre y cuando cace ratones«. Dado que es probable que China ya haya superado económicamente a Estados Unidos en este 2020, parece que finalmente apostaron por el gato acertado.
En resumen, ¿podría ser la respuesta correcta que China, gobernada por un Partido Comunista, está haciendo un mejor trabajo manejando el capitalismo que los gobiernos occidentales elegidos democráticamente —como ha ocurrido durante la crisis económica del 2008 y la crisis del COVID-19? Aparentemente, los chinos han aprendido de las deficiencias económicas tanto del capitalismo como del socialismo, mientras que la terquedad ideológica de Occidente parece no conducir a ninguna parte.
¿No deberíamos empezar a retirar etiquetas como capitalismo o socialismo? En estos tiempos económicos inciertos deberíamos cuestionar las ideologías, descartar certezas y adaptarnos a una nueva y desordenada realidad económica.
Si no, a la vuelta de la esquina, puede que me encuentre discutiendo las ventajas del socialismo estadounidense frente al capitalismo chino.
. Socialismo en China – Dugutigui
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