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Hostilidad con China - Dugutigui
Olvídese de las presuntas violaciones de los derechos humanos por parte de China en Xinjiang, Tíbet y Hong Kong (occidente, que ha matado y desplazado multitudes de musulmanes, parece preocuparse mucho por la difícil situación de los uigures). Olvídese de las acusaciones de expansionismo chino en el Mar de China Meridional. Olvídese de la imputación de que el Coronavirus puede haberse originado en un laboratorio chino.
Dejando a un lado toda esta retórica hueca, que marca las acostumbradas diatribas y difamaciones «sinófobas» de los estadounidenses, las verdaderas raíces de la confrontación de Estados Unidos con China se encuentran en la amenaza que la República Popular China representa para la supremacía tecnológica de E.E.U.U.
En un lenguaje más simple: la prosperidad de los hijos y nietos de los americanos depende de que la economía global siga americanizada.
En consecuencia, lo que E.E.U.U pretende evitar es que las empresas chinas dominen sectores clave de crecimiento emergente, incluidos el 5G, la robótica y la inteligencia artificial. Estos sectores deberían seguir siendo dominio exclusivo de los inversores occidentales (y preferiblemente estadounidenses).
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En los albores del compromiso de Estados Unidos con China, que se fraguó durante el mandato de Nixon, en 1972, el papel designado por Washington y Wall Street para la República Popular China, dentro de la economía global, consistía en facilitar la obtención de beneficios de las empresas americanas, no competir contra ellas. Los chinos debían representar un vasto mercado laboral de consumidores y bajos salarios repleto de oportunidades de inversión y lucro para las empresas occidentales, no rivales en la supremacía económica.
Apartándose del guion, el Partido Comunista Chino (de hecho, toda la sociedad china) ha seguido un modelo de desarrollo centralizado que ha sacado al país de las filas de las naciones pobres —las relegadas al papel de servir a los intereses lucrativos de Estados Unidos— y les ha elevado a un nivel de destreza tecnológica y económica que amenaza con derrocar a las empresas estadounidenses de la cima de la economía global.
Deng Xiaoping, cuya reforma económica impulsó el notable ascenso de China, tenía un famoso lema: «esconde tu fuerza y espera tu momento«. Eso es precisamente lo que ha hecho China. La economía China ha crecido silenciosamente desde alrededor del 2 por ciento del PIB mundial en 1980 a casi el 20 por ciento en la actualidad. Según algunas estimaciones, basadas en la paridad de compra, la economía china ya es más grande que la americana. China es el país que ha sacado de la pobreza a más de 800 millones de personas a medida que el PIB per cápita aumentó de $ 89 en 1960 a aproximadamente $ 10.000 en la actualidad. El país en que los niños de los campesinos quemaban basura para mantenerse calientes es la misma China que acuñó a dos multimillonarios por semana en 2017 y donde la esperanza de vida ha aumentado de 44 años en 1960 a casi 80 en la actualidad. Un milagro de rápido desarrollo y estabilidad social a largo plazo, en el que no es la naturaleza del gobierno el factor principal del éxito, sino la inversión en salud y educación que ha producido el combustible necesario para un crecimiento explosivo.
El secretario general del Partido Comunista Chino, Xi Jinping, ya habla abiertamente de que China se está acercando al centro del escenario, gracias a la construcción de un tipo de socialismo que es superior al capitalismo.
Desde la perspectiva de sus gobernantes, el tiempo de China ha llegado.
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Una pieza central de este esfuerzo es la iniciativa «Made in China 2025«, un plan para el dominio de las industrias de alta tecnología como la robótica, la nanotecnología, la tecnología de la información avanzada, la aviación, la carrera espacial, los vehículos eléctricos, y muchas otras tecnologías punteras. Respaldada por cientos de miles de millones de dólares en subsidios, esta iniciativa representa una amenaza real para el liderazgo tecnológico estadounidense. Está claro que la República Popular China no solo busca unirse a las filas de otras economías industriales avanzadas, sino reemplazarlas por completo.
La República Popular China también busca dominar las principales rutas comerciales e infraestructuras en Eurasia, África y el Pacífico. Su otro proyecto ambicioso para extender su poder e influencia es la iniciativa «Belt and Road«: un plan de infraestructuras colosal que podría transformar las economías de muchas naciones en todo el mundo. Este proyecto, aunque se anuncia como «ayuda financiera a países extranjeros«, de hecho, parece diseñado para servir a los intereses estratégicos y las necesidades económicas internas de la República Popular China, y compite frontalmente con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, entidades que han servido a los intereses occidentales desde 1945.
Se habla extensamente sobre los graves riesgos de permitir que China construya la próxima generación de redes de telecomunicaciones globales, conocidas como 5G, en lo que Huawei es el indiscutible líder mundial, pero quizás son menos conocidos los esfuerzos por superar a occidente en otros campos de vanguardia como la inteligencia artificial. La inteligencia artificial permite que las máquinas imiten funciones humanas, mejorándolas, y la nación que surja como líder mundial en IA estará en mejor posición para desbloquear no solo su considerable potencial económico sino una variedad inimaginable de aplicaciones militares. En este sentido, en 2017, Beijing dio a conocer su «Plan de Inteligencia Artificial de Próxima Generación«, un plan para liderar el mundo en IA para el 2030.
El impulso de la República Popular China por la supremacía tecnológica se complementa con su plan para monopolizar las «tierras raras«, que desempeñan un papel vital en industrias como la electrónica de consumo, los vehículos eléctricos, los dispositivos médicos y los equipos militares. Desde la década de 1960 hasta la de 1980, Estados Unidos lideró la producción de tierras raras. Desde entonces, la producción se ha trasladado casi por completo a China, en gran parte debido a los costos laborales más bajos y una regulación económica y ambiental menos rigurosa. Estados Unidos ahora depende peligrosamente de la República Popular China para estos materiales esenciales.
Durante cien años, Estados Unidos fue el mayor fabricante del mundo. China superó a América, en producción manufacturera, en el 2010. Y, así como las empresas occidentales se han vuelto dependientes del mercado chino, Estados Unidos y Europa, en su conjunto, ahora dependen de la República Popular China para muchos bienes y servicios vitales.
La pandemia de COVID-19 ha puesto de relieve esa dependencia. El dominio de China en el mercado mundial de productos médicos va más allá de máscaras y batas. Se ha convertido en el mayor proveedor de dispositivos médicos de Estados Unidos y occidente, así como de otros productos vitales, especialmente los farmacéuticos. Estados Unidos sigue siendo el líder mundial en el descubrimiento de fármacos, pero China es ahora el mayor productor mundial de ingredientes farmacéuticos activos. Si China decidiera limitar o restringir la entrega de estos ingredientes activos, esto resultaría en una grave escasez de fármacos para uso doméstico y militar.
Para lograr el dominio en los productos farmacéuticos, los gobernantes de China recurrieron al mismo libreto que usaron para destripar a otras industrias estadounidenses. En 2008, la República Popular China designó la producción farmacéutica como una “industria de alto valor agregado”, impulsando a las empresas chinas con subsidios y devoluciones de impuestos a la exportación.
Aun así, la razón principal por la que China ha logrado un progreso tan marcado en términos geopolíticos es que mientras que China da más pasos hacia adelante que hacia atrás, Estados Unidos retrocede inexorablemente.
Los ingresos, la riqueza y la esperanza de vida en los Estados Unidos se han estancado para la mayor parte de la población, lo que ha contribuido a un estado de ánimo nacional de crispación y exacerbado las divisiones políticas. El resultado es un gobierno disfuncional que está erosionando muchas de las mayores ventajas que podría tener sobre China. Estados Unidos lleva décadas escatimando en las inversiones en educación, ciencia e infraestructuras que ayudaron a que se convirtiese en una gran potencia mundial.
El presidente Trump juega un papel revelador aquí. Más que sus predecesores, ha estado dispuesto a tratar a China como la amenaza estratégica que es. Sin embargo, lo está enfrentando de forma tan torpe que solo fortalece a los chinos. En lugar de celebrar la “elección” como una alternativa a la “selección”, está denigrando el imperio de la ley en casa y siendo condescendiente con dictadores en el extranjero. Trump, como dice Keyu Jin, economista chino de la London School of Economics, es «un regalo estratégico» para China.
Parece evidente que a los estadounidenses les resultará difícil adaptarse a un mundo en el que ya no serán todopoderosos en todas las esferas. Pero son personas flexibles y resistentes que pueden adaptarse al cambio y lo harán.
En resumen, el mundo en el futuro será multipolar y, probablemente, más confuso que en el pasado, porque muchos países, no solo Estados Unidos o China, compartirán el poder.
No habrá «hegemon», pero tampoco habrá un «G-2«.
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Acerca de Dugutigui

In the “Diula” language in Mali, the term « dugutigui » (chief of the village), literally translated, means: «owner of the village»; «dugu» means village and «tigui», owner. Probably the term is the result of the contraction of «dugu kuntigui» (literally: chief of the village).
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