AMOR, NIHILISMO OCCIDENTAL Y OPTIMISMO REVOLUCIONARIO
¡Cuán terriblemente deprimente se ha vuelto la vida en casi todas las ciudades occidentales! Qué horrible y triste.
No es que estas ciudades no sean ricas; que lo son. También es seguro que las cosas se están deteriorando, que las infraestructuras se desmoronan y hay signos de desigualdad social, incluso de miseria, en cada esquina. Pero si se compara con casi todas las demás partes del mundo, la riqueza de las ciudades occidentales todavía resulta impactante, casi grotesca.
Aun así, parece que la opulencia no garantiza satisfacción, felicidad u optimismo. Pase un día entero caminando por Londres o París y preste especial atención a la gente: en repetidas ocasiones tropezará con el comportamiento pasivo agresivo, con la frustración y las miradas abatidas, desesperadas, con la tristeza omnipresente.
En todas esas ciudades que alguna vez fueron [imperialistamente] grandes, lo que falta es vida. La euforia, la calidez, la poesía y, sí, el amor, escasean allí.
Dondequiera que camino, en cualquier parte, los edificios son monumentales y las boutiques rebosan de mercancías elegantes. Por la noche, las radiantes luces brillan intensamente. Sin embargo, los rostros de las personas son grises. Incluso cuando forman parejas, o cuando están en grupos, los seres humanos parecen estar completamente atomizados, como esculturas de Giacometti.
Habla con la gente y lo más probable es que encuentres confusión, depresión e incertidumbre. El sarcasmo «refinado» y, a menudo, la falsa cortesía urbana, son como finas vendas que intentan disimular las ansiedades más espantosas y la soledad completamente insoportable de esas almas humanas «perdidas«.
La falta de propósito está entrelazada con la pasividad. En Occidente, cada vez es más difícil encontrar a alguien que esté verdaderamente comprometido política, intelectual o incluso emocionalmente. Los grandes sentimientos ahora se consideran aterradores; tanto hombres como mujeres los rechazan. Los grandes gestos son cada vez más menospreciados, incluso ridiculizados. Los sueños se están volviendo pequeños, tímidos y siempre «con los pies en la tierra» —y aun estos son últimamente bien escondidos. Incluso soñar despierto se ve como algo «irracional» y obsoleto.
Para un extraño que viene de lejos, parece un mundo triste, antinatural, brutalmente restringido y, en gran medida, lamentable.
Decenas de millones de hombres y mujeres adultos, algunos bien educados, «no saben qué hacer con sus vidas«. Toman cursos o «vuelven a la escuela» para llenar el vacío y «descubrir lo que realmente quieren hacer«. Todo es egoísta, ya que no parece haber mayores aspiraciones. La mayoría de los esfuerzos comienzan y terminan con cada individuo en particular.
Ya nadie se sacrifica por los demás, por la sociedad, por la humanidad, por la causa, ni siquiera por la «otra mitad«. De hecho, incluso el concepto de «otra mitad» está desapareciendo. Las relaciones son cada vez más «distantes«, cada persona busca su «espacio«, exigiendo independencia incluso dentro de la unión. No hay «dos mitades«; en cambio, hay «dos individuos completamente independientes«, que coexisten en una proximidad relativa, a veces tocándose físicamente, a veces no, pero sobre todo solos.
En las capitales occidentales, el egocentrismo, incluso la obsesión total por las necesidades personales, se lleva a un extremo surrealista.
Psicológicamente, solo se puede describir como un mundo retorcido y patológico.
Rodeadas por esta extraña pseudorealidad, muchas personas, por lo demás sanas, eventualmente se sienten, o incluso se vuelven, mentalmente enfermas. Luego, paradójicamente, se embarcan en la búsqueda de «ayuda profesional«, para poder volver a unirse a las filas de los ciudadanos «normales«, o sea «completamentesometidos«. En la mayoría de los casos, en lugar de rebelarse continuamente, en lugar de librar guerras personales contra este estado de cosas, los individuos que todavía son, al menos en cierta medida, diferentes, se asustan tanto por estar en minoría que se rinden, se rinden voluntariamente y se identifican a ellos mismos como «anormales«.
Las breves chispas de libertad que experimentan quienes todavía son capaces de actuar al menos con un poco de imaginación, de soñar con un mundo real y natural, se apagan rápidamente.
Luego, en un breve instante, todo se pierde irreversiblemente. Puede parecer una película de terror, pero no lo es, es la verdadera realidad de la vida en Occidente.
No puedo funcionar en un entorno así durante más de unos días. Si fuese forzado, podría permanecer en Londres o París durante dos semanas como máximo, pero solo si operase en algún «modo de emergencia«, sin poder escribir, crear y funcionar «normalmente«. No puedo imaginar «estar enamorado» en lugares como esos. No puedo imaginarme allí escribiendo un ensayo revolucionario. No puedo imaginar reírme, a carcajadas, feliz, libremente.
Mientras trabajo brevemente en Londres, París o Nueva York, la frialdad, la falta de propósito y la falta crónica de pasión y de todas las emociones humanas básicas tiene un efecto tremendamente agotador en mí, descarrilando mi creatividad y ahogándome en dilemas existencialistas inútiles y patéticos.
Después de una semana allí, simplemente comienzo a dejarme influenciar por ese terrible entorno: empiezo a pensar en mí mismo en exceso, «escuchando mis sentimientos«, en lugar de considerar los sentimientos de los demás. Mis deberes hacia la humanidad se descuidan. Dejo en espera todo lo que de otra manera considero esencial. Mi filo revolucionario pierde su nitidez. Mi optimismo comienza a evaporarse. Mi determinación de luchar por un mundo mejor comienza a debilitarse.
Ahí es cuando lo sé: es hora de correr, de huir. ¡Rápido, muy rápido! Es hora de salir del rancio pantano emocional, cerrar la puerta detrás del burdel intelectual y escapar del terrible sinsentido que está salpicado de vidas heridas e incluso desperdiciadas.
No puedo luchar por esa gente desde dentro, solo desde fuera. Nuestra forma de pensar y sentir no coincide. Cuando salen y visitan «mi universo«, traen consigo prejuicios resistentes: no registran lo que ven y oyen, se apegan a aquello con lo que fueron adoctrinados durante años y décadas.
Para mí, personalmente, no hay muchas cosas importantes que pueda hacer en las ciudades occidentales. De vez en cuando vengo a firmar uno o dos contratos de libros, al estreno de mis películas o a dar una breve charla en alguna universidad, pero no veo ningún sentido en hacer mucho más. En Occidente, es difícil encontrar una lucha significativa. La mayoría de las luchas no son internacionalistas; son, en cambio, egoístas, de naturaleza occidental. Casi no queda verdadero coraje, capacidad de amar, pasión y rebelión. En un examen más detenido, en realidad no hay vida allí; no hay vida como la percibíamos los seres humanos y como todavía la entendemos en muchas otras partes del mundo.
El nihilismo gobierna. ¿Fue este estado mental, esta enfermedad colectiva algo que el régimen ha infligido a propósito? No lo sé. Todavía no puedo responder a esta pregunta. Pero es fundamental preguntarse y tratar de comprenderlo.
Sea lo que sea, es extremadamente eficaz, negativamente eficaz pero eficaz de todos modos.
Carl Gustav Jung, el psicólogo y psiquiatra suizo de renombre, diagnosticó la cultura occidental como «patológica«, justo después de la Segunda Guerra Mundial. Pero en lugar de tratar de comprender su propia condición abismal, en lugar de intentar mejorar, incluso convertirse en algo bueno, la cultura occidental está hecha para expandirse, para extenderse rápidamente a muchas otras partes del mundo, contaminando peligrosamente sociedades y naciones saludables.
Tiene que ser detenida. Lo digo porque amo esta vida, la vida, que todavía existe fuera del reino occidental; Estoy ebrio, obsesionada con ella. La vivo al máximo, con gran deleite, disfrutando cada momento de ella.
Conozco el mundo, desde el «Cono Sur» de América del Sur, hasta Oceanía, Oriente Medio y los rincones más olvidados de África y Asia. Es un mundo verdaderamente tremendo, lleno de belleza, diversidad y esperanza.
Cuanto más veo y sé, más me doy cuenta de que absolutamente no puedo existir sin una lucha, sin una buena lucha, sin grandes pasiones y amor, y sin un propósito; básicamente sin todo lo que Occidente está tratando de reducir a la nada, volverlo irrelevante, obsoleto y ridículo.
Todo mi ser se rebela contra el terrible nihilismo y el oscuro pesimismo que está siendo inyectado en casi todas partes por la cultura occidental. Soy violentamente alérgico a él. Me niego a aceptarlo. Me niego a sucumbir a eso.
Veo gente, buena gente, gente con talento, gente maravillosa, contaminándose, arruinando sus vidas. Los veo abandonando grandes batallas, abandonando sus grandes amores. Los veo eligiendo el egoísmo, su «espacio» y «sentimientos personales«, sobre el afecto profundo y la inseparabilidad, optando por carreras sin sentido en lugar de grandes aventuras y batallas épicas por la humanidad y por un mundo mejor.
Las vidas se están arruinando una por una, y por millones, en cada momento y cada día. Vidas que podrían haber estado llenas de belleza, llenas de alegría, de amor, llenas de aventuras, de creatividad y singularidad, de significado y propósito; pero que en cambio se reducen al vacío, a la nada, en resumen: a la total falta de significado. Las personas que viven así están realizando tareas y trabajos por inercia, respetando sin cuestionar todos los patrones de comportamiento ordenados por el régimen y obedeciendo innumerables leyes y reglamentos grotescos.
Ya no pueden caminar por sus propios medios. Se han hecho completamente sumisos. Se acabó para ellos.
Eso se debe a que el coraje de la gente de Occidente se ha roto, porque han sido reducidos a una multitud de súbditos obedientes, sumisos a un Imperio destructivo y moralmente difunto.
Han perdido la capacidad de pensar por sí mismos. Han perdido el valor de sentir.
Como resultado, debido a que Occidente tiene una influencia tan enorme en el resto del mundo, la humanidad entera está en grave peligro, está sufriendo y está perdiendo su porte natural.
En una sociedad así, una persona desbordante de pasión, una persona plenamente comprometida y fiel a su causa, nunca podrá ser tomada en serio, dado que, en una sociedad como esta, solo se acepta y se respeta el nihilismo y el cinismo profundo.
En una sociedad así, una revolución o rebelión difícilmente podría ir más allá del pub o del sofá de la sala de estar.
Una persona, que todavía es capaz de amar en un entorno tan estreñido y retorcido emocionalmente, suele ser visto como un bufón, incluso como un «elemento sospechoso y siniestro«. Es común que él o ella sean ridiculizados y rechazados.
Las masas obedientes y cobardes odian a los diferentes. Desconfían de las personas que se mantienen erguidas y que todavía son capaces de luchar, las personas que saben perfectamente bien cuáles son sus objetivos, las personas que actúan y no solo hablan, y a las que les resulta fácil dedicar toda su vida, sin la menor vacilación, a postrarse a los pies de una persona amada o una causa honorable.
Estos individuos aterrorizan e irritan a las multitudes suaves, sumisas y superficiales de las capitales occidentales y, como castigo, son abandonados, divorciados, condenados al ostracismo, exiliados socialmente y demonizados. Algunos terminan siendo atacados, incluso completamente destruidos.
El resultado es que no hay cultura, en ningún lugar de la Tierra, tan banal y tan obediente como la que ahora regula Occidente. Últimamente, nada de importancia intelectual revolucionaria fluye desde Europa y América del Norte, ya que apenas hay allí formas detectables de pensar o percepciones poco ortodoxas del mundo.
Los diálogos y debates fluyen solo a través de canales totalmente anticipados y bien regulados, y no hace falta decir que fluctúan solo marginalmente y a través de las frecuencias totalmente «pre-aprobadas«.
¿Qué hay al otro lado de la barricada?
No quiero glorificar a nuestros países y movimientos revolucionarios.
Ni siquiera quiero escribir que somos «exactamente lo opuesto» de toda esa pesadilla que ha sido creada por Occidente. No lo somos. Y estamos lejos de ser perfectos.
Pero estamos vivos; si no siempre bien, estamos de pie, tratando de hacer avanzar este maravilloso «proyecto» llamado humanidad, tratando de salvar a nuestro planeta del imperialismo occidental, su tristeza nihilista, así como del desastre ambiental absoluto.
Estamos considerando muchas formas diferentes de avanzar. Nunca hemos rechazado el socialismo y el comunismo, pero estamos estudiando varias formas moderadas y controladas de capitalismo. Se están debatiendo y evaluando las ventajas y desventajas de la llamada «economía mixta«.
Luchamos, pero como somos mucho menos brutales, ortodoxos y dogmáticos que Occidente, a menudo perdemos, como perdimos recientemente (y con suerte solo temporalmente) en Brasil y Argentina. También ganamos, una y otra vez. Mientras este ensayo se imprime, estamos celebrando en Ecuador y El Salvador.
A diferencia de Occidente, en lugares como China, Rusia y América Latina, nuestros debates sobre el futuro político y económico son vibrantes, incluso tormentosos. Nuestro arte está comprometido, ayudando a buscar los mejores conceptos humanistas. Nuestros pensadores están alerta, compasivos e innovadores, y nuestras canciones y poemas son geniales, llenos de pasión y fuego, rebosantes de amor y anhelo.
Nuestros países no le roban a nadie; no derrocan gobiernos en la otra parte del mundo, no emprenden invasiones militares masivas. Lo que tenemos es nuestro; es lo que hemos creado, producido y sembrado con nuestras propias manos. No siempre es mucho, pero estamos orgullosos de ello, porque nadie tuvo que morir por ello y nadie tuvo que ser esclavizado.
Nuestros corazones son más puros. No siempre son absolutamente puros, pero más puros que los de Occidente. No abandonamos a quienes amamos, incluso si caen, se lesionan o ya no pueden caminar. Nuestras mujeres no abandonan a sus hombres, especialmente a aquellos que están luchando por un mundo mejor. Nuestros hombres no abandonan a sus mujeres, incluso cuando están en un profundo dolor o desesperación. Sabemos a quién y qué amamos, y sabemos a quién y qué odiamos: en esto rara vez nos «confundimos«.
Somos mucho más sencillos que los que viven en Occidente. En muchos sentidos, también somos mucho más profundos.
Respetamos el trabajo duro, especialmente el trabajo que ayuda a mejorar las vidas de millones, no solo nuestras propias vidas o las vidas de nuestras familias.
Intentamos cumplir nuestras promesas. No siempre logramos mantenerlas, ya que solo somos humanos, pero lo estamos intentando y la mayoría de las veces lo estamos logrando.
Las cosas no siempre son exactamente así, como planeamos, pero a menudo lo son. Y cuando “las cosas son así”, significa que hay al menos algo de esperanza y optimismo y, a menudo, incluso una gran alegría.
El optimismo es fundamental para cualquier progreso. Ninguna revolución podría triunfar sin un tremendo entusiasmo, así como ningún amor podría lograrlo. Ninguna revolución y ningún amor podrían construirse sobre la depresión y el derrotismo.
Incluso en medio de las cenizas a las que el imperialismo ha reducido nuestro mundo, un verdadero revolucionario y un verdadero poeta pueden encontrar al menos alguna esperanza. No será fácil, nada fácil, pero definitivamente no es imposible. Nada se pierde en esta vida, mientras nuestros corazones sigan latiendo.
El estado en el que se encuentra nuestro mundo en este momento es terrible. A menudo se siente que un paso más en la dirección equivocada, otro giro en falso, y todo finalmente colapsará, irreversiblemente. Es fácil, extremadamente fácil, darse por vencido, arrojar todo al aire y aterrizar en un sofá con un paquete de seis cervezas, o simplemente declarar «no hay nada que se pueda hacer«, y luego reanudar la rutina de la vida sin sentido.
El nihilismo occidental ya ha hecho su devastador trabajo: ha llevado a decenas de millones de seres pensantes a sus proverbiales sofás del derrotismo. Ha extendido el pesimismo y la tristeza, y la creencia generalizada de que las cosas nunca podrán mejorar más. Ha llevado a la gente a negarse a «aceptar etiquetas«, a rechazar las ideologías progresistas y a una desconfianza patológica de cualquier tipo de poder. El lema «todos los políticos son iguales» podría traducirse claramente en lo siguiente:
«Todos sabemos que nuestros gobernantes occidentales son gánsteres, pero no esperamos nada mejor de los de otras partes del mundo». «Todas las personas son iguales», lo que se puede traducir: «Occidente ha saqueado y asesinado a cientos de millones, pero no espere nada mejor de los asiáticos, latinoamericanos o africanos».
Este irracional y cínico negativismo, que ha domesticado a prácticamente todos los países de Occidente, se ha exportado con éxito a muchas colonias, incluso a lugares como Afganistán, donde la gente ha estado sufriendo incesantemente los crímenes cometidos por Occidente.
Su objetivo es evidente: evitar que las personas actúen y convencerlas de que cualquier rebelión es inútil. Tales actitudes están ahogando brutalmente todas las esperanzas.
Mientras tanto, aumentan los daños colaterales. Las metástasis de la pasividad y los cánceres nihilistas de esta propaganda del régimen occidental ya están atacando incluso la capacidad más humana que es amar, comprometerse con una persona o con una causa y cumplir con los compromisos y obligaciones de uno.
En Occidente y en sus colonias, el coraje ha perdido todo su brillo. El Imperio ha logrado invertir toda la escala de valores humanos, que se encontraba firme y naturalmente en todos los continentes y en todas las culturas, durante siglos y milenios. De repente, la sumisión y la obediencia se han puesto de moda.
A menudo se siente que, si la tendencia no se revierte pronto, las personas comenzarán a vivir cada vez más como ratones: constantemente asustados, neuróticos, poco confiables, deprimidos, pasivos, incapaces de identificar la verdadera grandeza y poco dispuestos a unirse a quienes todavía están tirando hacia adelante de nuestro mundo, de nuestra humanidad.
Se van a desperdiciar miles de millones de vidas. Ya se están desperdiciando miles de millones de vidas.
Algunos escribimos sobre invasiones, golpes de Estado y dictaduras impuestas por el Imperio. Sin embargo, casi nada se está escribiendo sobre este tremendo y silencioso genocidio que está rompiendo el espíritu y el optimismo humanos, arrojando a naciones enteras a una oscura depresión y pesimismo. Pero está sucediendo, incluso mientras se escriben estas líneas. Está sucediendo en todas partes, incluso en lugares como Londres, París y Nueva York o, más de manera precisa, especialmente allí.
En esos lugares desafortunados, el miedo a las grandes emociones ya está profundamente arraigado. La originalidad, el coraje y la determinación evocan ahora miedo. El gran amor, los grandes gestos y los sueños poco ortodoxos se observan con pánico y desconfianza.
Pero ningún progreso, ninguna evolución es posible sin formas de pensar totalmente fuera de lo convencional, sin espíritu revolucionario, sin grandes sacrificios y disciplina, sin compromiso y sin ese conjunto de emociones más poderosas y atrevidas que se llama amor.
Los demagogos y propagandistas del Imperio quieren hacernos creer que «algo se terminó«; quieren que aceptemos la derrota.
¿Por qué deberíamos? No se ve la derrota en ningún lugar del horizonte.
Sólo hay dos realidades separadas, dos universos, en los que nuestro mundo se ha hecho añicos: uno de nihilismo occidental, otro de optimismo revolucionario.
Ya he descrito el nihilismo, pero ¿qué me imagino cuando sueño con ese mundo mejor y diferente?
¿Me imagino banderas rojas y personas formando filas cerradas, cargando contra algunos palacios lujosos y bolsas de valores? ¿Escucho canciones revolucionarias ruidosas a todo volumen desde los altavoces?
En realidad, no lo hago. Lo que me viene a la mente es esencialmente muy tranquilo y natural, humano y cálido.
Hay un parque cerca de la antigua estación de tren de la ciudad de Granada, Nicaragua. Lo visité hace algún tiempo. Allí, varios árboles viejos arrojan sombras fantásticas sobre el suelo, proporcionando una umbría deseable. En unas pocas columnas grandes de metal están grabados los poemas más hermosos jamás escritos en este país, mientras que entre ellas se encuentran simples pero sólidos bancos de parque. Me senté en uno de ellos. No muy lejos de mí, un par de amantes ancianos estaban cogidos de la mano, leyendo, mejilla con mejilla, de un libro abierto. Estaban tan cerca que parecían estar formando un universo simple y totalmente autosuficiente. Sobre ellos estaban los brillantes versos escritos por Ernesto Cardenal, uno de mis poetas latinoamericanos favoritos.
También recuerdo a dos médicos cubanos, sentados en un banco muy diferente, a miles de kilómetros de distancia, charlando y riendo junto a dos enfermeras corpulentas de buen corazón, luego de realizar una compleja cirugía en Kiribati, una nación insular ‘perdida‘ en medio del Pacífico Sur.
Recuerdo muchas cosas, pero nunca son monumentales, solo humanas. Porque eso es lo que creo que realmente es la revolución: una pareja de campesinos envejecidos en un hermoso parque público, ambos enamorados, tomados de la mano, leyéndose poesía. O dos médicos que viajan al fin del mundo, solo para salvar vidas, lejos del centro de atención y de la fama.
Y siempre recuerdo a mi querido amigo Eduardo Galeano, uno de los más grandes escritores revolucionarios de América Latina, hablándome, en Montevideo, sobre su eterno amor por su maravillosa dama llamada “Reality”.
Entonces pienso: no, no podemos perder. No vamos a perder. El enemigo es poderoso y mucha gente se encuentra débil y asustada, pero no permitiremos que el mundo se convierta en un manicomio. Lucharemos por todas y cada una de las personas que se han visto afectadas y ahogadas en la tristeza.
Expondremos la anormalidad y la perversidad del nihilismo occidental. La combatiremos con nuestro entusiasmo y optimismo revolucionarios, y usaremos las mejores armas, como la poesía y el amor.
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Amor, Nihilismo Occidental Y Optimismo Revolucionario – Andre Vltchek (29 Diciembre 1963 – 22 Septiembre 2020) fue un filósofo, novelista, cineasta y periodista de investigación. Cubrió guerras y conflictos en decenas de países. Descanse en Paz.
In the “Diula” language in Mali, the term « dugutigui » (chief of the village), literally translated, means: «owner of the village»; «dugu» means village and «tigui», owner. Probably the term is the result of the contraction of «dugu kuntigui» (literally: chief of the village).
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