Durante al menos tres décadas, desde el momento álgido de la disolución de la Unión Soviética en 1991, argumentar que Estados Unidos está en declive ha estado de moda.
Al final de la segunda guerra mundial, Estados Unidos estaba absolutamente en la cima de su poder. Tenía la mitad de la riqueza del mundo, y cada uno de sus competidores había resultado seriamente dañado o destruido. Gozando de una posición de seguridad inimaginable, desarrolló planes para, esencialmente, controlar el mundo (no de manera poco realista en aquel momento).
En consecuencia, hoy, uno de cada dos habitantes del planeta ve a Estados Unidos a través de los ojos de alguien que ha sido víctima del americanismo, y no aprecia ningún tipo de “sueño americano”. Si acaso, experimenta la pesadilla estadounidense. Personas, en muchas naciones, opinan que la arrogancia, el pretendido excepcionalísimo y que EE. UU. haya asumido durante mucho tiempo el derecho a usar la violencia para lograr sus objetivos, superan con creces lo bueno que pueda aportar internacionalmente y da buenas razones para desear que se debilite en el orden internacional.
No obstante, no es inteligente confundir deseos con hechos, y hay razones para creer que Estados Unidos podría salir de esta pandemia más poderoso, en el orden internacional, en lugar de menos.
Las fortalezas estructurales de los Estados Unidos siguen siendo enormes, y es probable que muestren una ventaja creciente a medida que el coronavirus se abra camino empobreciendo al resto del mundo.
La guerra de Vietnam reveló graves fallas morales y estratégicas; Richard Nixon colapsó unilateralmente el sistema monetario internacional de Bretton Woods; Incluso en el mejor momento del dominio estadounidense, después de la Guerra Fría, la culpabilidad de la nación por la Guerra de Irak de 2003 y la crisis financiera de 2008 dañó gravemente su estatura.
Sin embargo, lo sorprendente es el nulo cambio que este lamentable desfile de errores propició para suplantar a los EE. UU. como la potencia dominante en el orden internacional. Incluso ahora, con el comportamiento extravagante y las perjudiciales decisiones políticas del presidente Donald Trump, las fortalezas estructurales de los Estados Unidos permanecen en su sitio.
El dólar sigue siendo la moneda de tenencia del mundo (70% de las transacciones económicas mundiales se realiza con USD) y los estadounidenses disfrutan de todos los privilegios exorbitantes que se acumulan por ese estatus. Frente al coronavirus, Estados Unidos acaba de instrumentar un estímulo financiero de 2 billones (trillones americanos) de dólares, una décima parte de su producto interno bruto, sin consecuencias negativas, por su capacidad de seguir pidiendo prestado e imprimiendo dinero esencialmente sin intereses. La Reserva Federal se ha convertido silenciosamente en el banquero central del mundo, abriendo líneas de intercambio para garantizar la liquidez del dólar a los prestatarios de los mercados emergentes. Ningún otro país parece capaz de dar un paso adelante y organizar una acción colectiva amplia en este sentido.
El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial son administrados por los gobiernos miembros, pero no sobre la base de un país, un voto. El gobierno de EE. UU. tiene, con mucho, la mayor proporción de votos tanto en el FMI como en el Banco Mundial y, junto con sus aliados más cercanos, controla efectivamente sus operaciones. Las personas que dirigen el FMI y el Banco Mundial son las mismas personas que dirigen el gobierno de Estados Unidos y los gobiernos de sus aliados más cercanos. Desde que las instituciones se fundaron al final de la Segunda Guerra Mundial, el presidente del Banco Mundial siempre ha sido ciudadano estadounidense, y el jefe del FMI siempre ha sido europeo. Estos son todos personas provenientes de la parte superior de la industria financiera. Si bien el FMI y el BM funcionan como extensiones de la política exterior del gobierno de EE. UU., están bien aislados de la responsabilidad democrática.
Lo que hacen el FMI y el Banco Mundial es prestar dinero a los gobiernos. Debido a que muchos gobiernos, especialmente los gobiernos de los países pobres, a menudo necesitan préstamos urgentes y no pueden obtener fácilmente fondos a través de los mercados financieros, no les queda otra opción que recurrir a estas instituciones. A cambio los EE. UU. suelen insistir en que los gobiernos adopten ciertas políticas como condición para recibir fondos. El FMI y el Banco Mundial se aseguran de varias cosas, entre ellas: que los gobiernos aliados de Estados Unidos obtengan el apoyo financiero que necesitan para mantenerse en el poder (a pesar de los abusos en los derechos humanos, el trabajo y el medio ambiente), que los grandes bancos recuperen su inversión (no importa cuán irresponsables hayan sido sus préstamos), y que los gobiernos reduzcan continuamente las barreras a las empresas estadounidenses (independientemente de si esto entra en conflicto con las necesidades económicas de su propia gente).
Recientemente, el FMI ha anunciado que «está listo» para prestar 1 billón de dólares para ayudar a los países que están luchando contra el impacto económico del coronavirus. No obstante, Estados Unidos ha bloqueado la solicitud de Irán de un préstamo de emergencia de 5 mil millones para ayudar al país a enfrentar la pandemia.
Durante los últimos 20 años, Estados Unidos ha impuesto sanciones financieras contra un número desconcertante de personas y estados. SWIFT, el sistema de pagos electrónicos, con sede en Bruselas, se ha negado a cooperar en algunos casos, argumentando que un sistema de pago internacional no debería ser utilizado como una herramienta política. Pero aun cuando SWIFT pudiera no cooperar como organización, el problema no varía, al pasar la mayoría de las transacciones por los bancos estadounidenses. En el momento en que esto ocurre, la jurisdicción de los Estados Unidos interviene. En consecuencia, Europa está considerando crear un sistema de pagos que no pase por la jurisdicción de los americanos. Esto agrega Europa a un grupo que incluye a Rusia y China, junto con prácticamente todas las naciones que han estado sujetas a sanciones estadounidenses. La mejor manera de lograr este objetivo sería crear un sistema que no pueda ser sancionado unilateralmente, sin el acuerdo de todos los gobiernos participantes. El tiempo dirá si Europa y, de hecho, otras naciones, realmente quieren un sistema que ninguno de ellos pueda usar para castigar a otros.
La idea de desafiar el dominio de los EE. UU. en el mercado europeo ha estado en juego por un tiempo. En ese sentido, existe hace años una iniciativa para crear un sistema de pago paneuropeo (PEPSI) que maneje todas las formas de transacciones sin efectivo. 20 bancos europeos están trabajando en la creación de dicho sistema de pago para desafiar el dominio percibido de los gigantes americanos Visa y MasterCard, así como las empresas de tecnología como Google, Apple, etc. No obstante, esos 20 bancos (de los 6.088 bancos que operan en la Unión Europea) representan menos del 0,5% del mercado.
Este orden mundial, que puede tener algunos beneficios colaterales para otros países, se basa principalmente en los intereses de los Estados Unidos: enriquecer al país y a los negocios estadounidenses, para mantener a sus ciudadanos seguros, mientras se generan empleos y ganancias dentro del complejo militar-industrial, y para asegurarse de que Estados Unidos conserve, durante el mayor tiempo posible, su posición como la superpotencia global más rica y dominante. En lugar de “policía global”, sería más preciso llamar a Estados Unidos el accionista mayoritario del mundo, invirtiendo sus recursos en la estabilidad global, menos por caridad que por interés propio.
El hecho esencial es que los americanos se encuentran en el pináculo de un orden mundial, principalmente diseñado por ellos, y que no beneficia tanto a ningún otro país como lo hace (como ya habrás adivinado) a los propios estadounidenses.
El poder es un índice relativo, tanto como uno absoluto. Para que la posición de Estados Unidos se debilite en el orden internacional, otros deben tener éxito y eso no parece que vaya a suceder en un futuro cercano.
In the “Diula” language in Mali, the term « dugutigui » (chief of the village), literally translated, means: «owner of the village»; «dugu» means village and «tigui», owner. Probably the term is the result of the contraction of «dugu kuntigui» (literally: chief of the village).
Debe estar conectado para enviar un comentario.