Cuando la propagación normal de una enfermedad se transforma en epidemia, se denomina punto de inflexión. Es ese momento en el que una pequeña perturbación inclina el equilibrio de un sistema y produce un gran cambio. Esa perturbación, que se retroalimenta a sí misma, es capaz de la reconfiguración repentina de todo un sistema.
Estamos ahí. No estoy hablando de Coronavirus. Estoy hablando del punto de inflexión de nuestra civilización.
Hawking temía que la evolución hubiese incorporado la codicia y la agresión al genoma humano, y es cierto que los humanos no han evolucionado emocionalmente desde los tiempos de los cazadores-recolectores que poblaban la sabana africana. Creemos que el espacio y los recursos del planeta son nuestros para usar como queramos, independientemente de las implicaciones para la tierra y sus otras especies.
Una serie de revoluciones, desde lo agrícola a lo científico, eventualmente crearon esa bestia con dos cabezas a la que llamamos progreso. Pero persiste una disyunción entre el ingenio humano y la madurez moral que debería acompañar a un impresionante avance que, por un lado, ha más que duplicado la esperanza de vida, así como, por el otro, nos ha dado la bomba atómica. A fecha de hoy, no hay signos de disminución de los conflictos, más bien todo lo contrario. El desafío de esta época va a ser equilibrar el ingenio y la madurez. Esta es una amenaza existencial: hemos creado la energía nuclear, la biotecnología y la inteligencia artificial, hemos cambiado el clima, pero si la humanidad se convierte en un Frankenstein colectivo o no, se decidirá por la forma en que respondamos a la disyuntiva.
La verdadera pandemia que sufrimos es valorar irracionalmente el crecimiento económico por encima de todo. El petróleo, más que cualquier otro factor, ha sido el motor de dicho desarrollo material durante el siglo pasado. Cuando el crecimiento comenzó a desacelerarse, a medida que el petróleo se encarecía, recurrimos a la deuda, avalada por a un teórico excedente futuro. El colapso financiero de 2008 fue una señal de que necesitábamos eliminar el apalancamiento de nuestra deuda. En cambio, ideamos formas creativas de tapar el problema de la deuda con más deuda.
Ahora, el Coronavirus ha detenido abruptamente la maquinaria del crecimiento. El contagio real, el miedo primordial del hombre, se está extendiendo. Los mercados se están derrumbando y no hay soluciones a la vista. La especie más social se enfrenta al aislamiento.
Hemos atravesado un umbral y con miedo no alcanzaremos con éxito la otra orilla. A pesar de que la extinción es realmente posible, este virus pasará y no será el final de los tiempos. Aun así, las cosas no volverán a ser como eran. Finalmente debemos buscar el equilibrio entre nosotros y con el planeta y, con suerte, aprender a vivir con menos. Todavía queda mucho por hacer, pero el panorama está cambiando vertiginosamente.
Si bien las fuerzas del abuso y el control parecen avanzar rápidamente hacia su juego final, sus maquinaciones se están volviendo más obvias y claramente maliciosas. A medida que las personas identifican el hecho de que su mundo está completamente manipulado, una vez que eliminen su miedo, debilitarán drásticamente el control de la estructura de poder sobre las mentes de la gente. Aunque los hechos parecen negarlo, la llama de la verdadera libertad se vuelve cada vez más brillante, impulsando aún más el despertar y el empoderamiento de la humanidad.
Al final, si el Coronavirus resulta ser la pequeña perturbación que reinicie el sistema, más que un azote, podría ser una bendición para la especie humana.
In the “Diula” language in Mali, the term « dugutigui » (chief of the village), literally translated, means: «owner of the village»; «dugu» means village and «tigui», owner. Probably the term is the result of the contraction of «dugu kuntigui» (literally: chief of the village).
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